miércoles, 26 de agosto de 2009

Toledo

El Tajo rodea la ciudad de Toledo en todas las direcciones excepto por el lado Norte, en el que se encuentra su acceso más conocido y vistoso: la puerta Bisagra(1). En realidad se trata de una serie de puertas (2,3,4) que hay que atravesar para acceder a la ciudad a través de las murallas. En varios lugares de esta puerta luce el emblema de la ciudad, con el águila bicéfala y escudo de Castilla-León (5).

A ambos lados de ella, la muralla (6) se extiende hasta alcanzar el río (7). Hacia la derecha, el ayuntamiento ha tenido la buena idea de construir unas escaleras mecánicas (8) que permiten superar la dura pendiente de ese lado, que de otro modo sería un reto demasiado costoso para la mayoría, sobre todo en verano, cuando aprieta el calor.

Por el Este (9), el río separa la ciudad de dos construcciones emblemáticas, el castillo de San Servando (10) (hoy convertido en un albergue) y la Academia de Infantería (11). Para acceder a ellas, se puede cruzar por el puente Alcántara (12), en cuyos arcos se puede comprobar la combinación de estilos de diversas épocas, tanto el árabe como los diversos estilos posteriores de los cristianos (13).

Por el Sur, la ciudad es visible desde unas montañas cercanas en las que se encuentra la Ermita de Nuestra Señora del Valle (14). Desde allá se pueden contemplar las vistas más típicas e impresionantes de la ciudad (15). En estas colinas encontramos también gran cantidad de cigarrales, es decir, casas grandes de campo, hoy en día habitualmente posesión de gente con dinero, que vive así apartada de la gran ciudad, pero cerca de ella y contemplándola siempre.

Por el Oeste, el puente de San Martín (16) permite acceder a la zona en la que se encuentra el monasterio de San Juan de los Reyes (17, 18). Aquí (19) podemos verlo desde debajo del puente. El monasterio es uno de los símbolos cristianos más impresionantes de la ciudad. En sus muros pueden verse unas cadenas de las que colgaban a los herejes (20). También me pareció interesante fotografiar sus torres (21), las gárgolas del interior (22) y su iglesia (23, 24). Parece ser que los Reyes Católicos pretendían ser enterrados aquí, ya que el monasterio se levantó en honor a la victoria de Toro, en la que Isabel consiguió el reino de Castilla frente a su rival, Juana; pero finalmente se decidieron por Granada, cuya conquista fue tan importante por suponer la unificación cristiana de la Península.

La fama de esta construcción queda eclipsada por la de la famosísima catedral (25), pero como ésta es bien conocida, creo que es suficiente con unas fotos de ella (26, 27, 28).

Por cierto, que en los días en los que estuve se hacía una exposición de instrumentos de tortura de la inquisición, lo cual no resulta desacertado en un lugar de tradición tan católica, así que fui a verla y estuvo interesante. Se exponían todo tipo de instrumentos, entre ellos la cuna de Judas, la picota (que se usaba sobre todo para los borrachos) y la doncella de hierro (en inglés, Iron Maiden, de ahí el nombre de cierta banda). Aquí solo enseño una pequeña muestra.

La herencia cristiana se presenta a menudo mezclada con la árabe, tanto en edificios antiguos como en otros que intentan imitar aquel pasado, y esto es claramente visible en numerosos detalles de puertas (29, 30), fachadas (31), y por supuesto en mezquitas convertidas posteriormente en iglesias (32), e incluso en la estación de tren (33). Hasta es posible ver el arte árabe en un bar como el del círculo de bellas artes (34), donde puedes acabar tomando un café bajo los arcos de una antigua construcción musulmana (35). Pero si bien es este café, probablemente, el de mayor encanto, el lugar más típico para la vida social de la ciudad (y de sus turistas, claro), es la plaza Zocodover (36), en la que incluso podemos ver una dedicatoria curiosa (37) que denota la mentalidad de algunos de sus alcaldes de antaño.

Por cierto, que un poco más arriba de la plaza Zocodover existe una subida llamada calle de Toledo de Ohio (38). Es desconocido para muchos que en Ohio, Estados Unidos, existe una ciudad llamada Toledo, lógicamente en honor a la Toledo de España; y no es una ciudad pequeña ni poco importante, sino una rica y próspera población de los Grandes Lagos, por la que incluso se pelearon en 1835 los estados de Ohio y Michigan, en un enfrentamiento que se llegó a llamar la Guerra de Toledo, aunque no produjo prácticamente ningún herido, sino que más bien fue un conflicto diplomático. Por supuesto, en Hispanoamérica existen también multitud de poblaciones que se llaman igual que la Toledo española.

También importante es la herencia judía, porque Toledo albergó una de las comunidades judías más importantes. Esto puede verse aún en las antiguas sinagogas de Santa María la Blanca (más tarde convertida en iglesia cristiana) y la Sinagoga del Tránsito (39), que alberga un museo sefardí. Y no sólo se mantiene el recuerdo de los edificios religiosos, sino que el barrio entero de la judería alberga detalles por uno (40) u otro (41) lado que recuerdan ese pasado.

Toda esta mezcla de culturas no estaría completa si no mencionase a los protagonistas del resto de este viaje: los romanos. Desgraciadamente, casi nada ha quedado intacto de lo que ellos construyeron, excepto unas termas. Eso sí, la gran cantidad de ruinas de una u otra civilización que alberga el subsuelo, hace que sea fácil verlas en los sótanos de algunos edificios, protegidas por vidrios que las muestran como un adorno subterráneo que da vistosidad a algunos bares y restaurantes.

Pero la descripción de todos estos sitios que he visitado, tanto Toledo como los demás, sería incompleta si no incluyera también ese elemento que hoy en día forma ya parte del paisaje y rodea los monumentos: los turistas. En Toledo los hay por todas partes, hasta el punto de que es más fácil verlos a ellos que a los toledanos. Uno de sus lugares favoritos es la estatua dedicada a Cervantes que hay en el Arco de la Sangre. La gente se apoya en la estatua como si fuese un monigote de feria, sonríe, le abraza, y se hace la foto para que todos vean que han estado allí (42). Me pregunto qué le parecería al escritor.

La cantidad de visitantes justifica que haya una amplia oferta hotelera y de varios tipos de establecimientos orientados a ellos, pero hay sobre todo dos que destacan sobre los demás. El primero son las tiendas de espadas. Hay espadas por todas partes, montañas de espadas (43); espadas cristianas, cimitarras moras, katanas japonesas, espadas romanas, espadas de películas como El señor de los Anillos o 300... Incontables son los lugares en los que podemos comprar la Excalibur, la espada de Conan, la Colada o la Tizón. Afortunadamente, no todo se reduce a esta penosa venta de ridículos recuerdos para turistas, sino que también se venden buenas espadas de esgrima e incluso aún quedan unas pocas tiendas como la de Moreno Fernández (44), que venden espadas españolas reales del siglo XVII (45). Sólo falta que uno tenga los veinte mil euros, aproximadamente, que cuesta una de estas curiosidades; unas cien veces más que las de pega.

Las otras tiendas que nos rodean en Toledo son las de dulces, especialmente las de Mazapán. Hay Mazapán por todos lados, e incluso los pasteleros, aburridos ya, supongo, de hacer siempre lo mismo, se esmeran en darle un toque más artístico, como en esta tienda en la que han reproducido la toledana Puerta del Sol, en mazapán (46) (aquí (47) podemos ver la real, que se encuentra subiendo la cuesta que parte de la Puerta Bisagra). La asociación de Toledo con el mazapán se debe a lo siguiente: Cuenta la historia que las monjas de San Clemente lo fabricaron a golpe de maza mientras la ciudad sufría hambre por el asedio de los moros; y como en aquel momento se le dio el nombre de "pan de maza", más tarde ha acabado llamándose mazapán. Por eso hay tantas tiendas que lo fabrican y lo venden, y por eso también a menudo se asocia a las monjas (48).

Otro típico atractivo para los turistas es la relación de la ciudad con el Greco, del que uno de sus más importantes cuadros, el Entierro del Señor de Orgaz, se expone allí. También señalan una casa en la que dicen que vivió (49), que se supone que está pegada a la iglesia (antes mezquita) de Santo Tomé (50) lo cual también resulta interesante a muchos. Por cierto, que en la localidad de Orgaz, situada unos kilómetros al Sur de Toledo, puede verse aún el castillo del protagonista del cuadro.

Sería delito no mencionar la construcción más grande y vistosa de la ciudad, el Alcázar (51). Un edificio no muy adornado, pero tan enorme que de él se pueden obtener bellas imágenes tanto de cerca (52, 53, 54, 55) como desde más lejos (56).

Por último, vale la pena echar también un vistazo al Museo de Santa Cruz (57), que muestra una bella fachada y en el que a menudo hay exposiciones interesantes (y gratuitas).

Respecto a los grandes monumentos turísticos, creo que es suficiente. Pero para mí la gracia de esta ciudad no reside tanto en su catedral, su alcázar o sus mezquitas y sinagogas, sino en que toda ella es un conjunto arquitectónico tradicional español, bastante homogéneo y bien conservado, en comparación con la mayoría. La mayor parte de las fachadas no desentonan con el conjunto arquitectónico clásico, y son innumerables sus calles (58, 59, 60, 61), rincones (62, 63, 64), bajadas y subidas (65), o plazas cercanas a las murallas (66) en las que nos parece estar en la España de Carlos I (67), rey que transformó esta localidad en la ciudad imperial.

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