sábado, 6 de noviembre de 2010

Ruta por el Sacro Imperio

Durante el verano de 2010, quise conocer en primer lugar Berlín y luego Dresde. Pero como las circunstancias me llevaron también a visitar algunos pueblos del Báltico y también la famosa ciudad de Praga, finalmente acabé recorriendo una buena parte del sector oriental del antiguo Sacro Imperio Romano-Germánico. Así que ahora explico lo que pude ver, por si alguien está interesado en conocerlo, o por si pudiera motivalre a visitar todas estas cosas por sí mismo.

En el mapa adjunto pueden observarse los principales puntos de la ruta. La explicación la realizaré de Norte a Sur, si bien no fue ese exactamente el orden en que los visité. También quiero agradecer desde aquí a mi amiga Cristina y a su novio Alberto el haberme acogido en Berlín, lo que me hizo mucho más fácil, y sobre todo mucho más barato, visitar esta interesante ciudad.

Salvo algún enlace que claramente apunta a algún lugar de información como Wikipedia, el resto son todas mías, y las he colgado en un servidos aparte por una cuestión de tamaño, y para no entorpecer la lectura del texto. Espero que os guste la explicación.
  1. El Báltico
  2. Berlín:
      El centro político
      La capital de Prusia
      Berlín Este
      La ciudad actual y curiosidades varias
      Spandau y el museo de la Luftwaffe
  3. Potsdam
  4. Dresde
      La Altstadt
      La Neustadt
      El Grosser Garten
  5. La República Checa
      Praga
      Kutná Hora


miércoles, 6 de octubre de 2010

El Báltico

Al norte de la antigua RDA, en la costa del Báltico, visité dos poblaciones que nos llevan a pensar en los tiempos de la Liga Hanseática y toda la cultura que se desarrolló en el Mar del Norte y el Báltico en aquellos tiempos.

Greifswald (1) es un pequeño pueblo costero con una bonita plaza del mercado (2), con fachadas de lo más variado, desde la del ayuntamiento (3) a una cafetería (4), pero siempre siguiendo la costumbre nórdica de la figura triangular.

Por supuesto también tiene iglesias, muy altas e imponentes (5), si bien por dentro son mucho más simples y modestas (6) que las iglesias católicas. A pesar de todo, sus admirables torres adornan perfectamente el cielo de la población (7, 7b).

Más al norte de donde está el núcleo urbano, y tras contemplar un bonito molino (8), se llega a un puente levadizo bastante curioso (9), por el que podemos acceder a la otra orilla del río, que desemboca pocos metros más adelante. En ese barrio vemos casas con techos característicos (10), alguna bonita fuente (11) o esculturas hechas en un tronco de árbol (12). Algo nos dice que estamos más cerca de los vikingos que del Mediterráneo.

Ya a punto de abandonar la población, aún pude echar alguna foto a algún monumento muy del estilo germánico (13). Me encontraba ya a más de 200 km de Berlín (14), y todavía debía ir más al norte, a Stralsund. Afortunadamente, están bastante cerca, así que poco rato después ya pisé su estación de tren (15).

Stralsund fue una ciudad importante durante la Guerra de los 30 años, porque aquí resistieron los protestantes el empuje de los ejércitos imperiales, gracias al apoyo danés y sueco (vi bastantes banderas de Suecia, por cierto). Durante mi camino pude ver esta bonita estatua (16) de un vikingo con su halcón, y en mi camino hacia la plaza del Neuer Markt (17) pude ver algunos bonitos edificios (18, 19). Enfrente de esta plaza está la iglesia de María (20) Las iglesias también abundan y, como las de Greifswald, son enormes, altísimas (21); sus muros y torres se alzan lisos y con escasos adornos hacia lo alto (22), como queriendo suplir con su tamaño, los adornos que les faltan. Girando hacia uno de los lagos que rodean parte de la ciudad, pude observar una fuente en medio del agua (23), y luego, tras acceder de nuevo al casco urbano a través de una puerta de ladrillos (24), comencé a ver las casitas de colores, que tan graciosas nos parecen a quienes venimos del Sur (25).

En seguida llegue al Alter Markt (26) (lo que sería la plaza mayor), donde está el bello ayuntamiento (27), con su fachada de múltiples torres y ventanas. Se encontraba entonces la población celebrando sus fiestas, por lo que había un mercadillo medieval con entretenimientos para los niños (28, 29, 30) y venta de los productos más curiosos (31). A continuación, tuve tiempo para un breve paseo por la zona del puerto, donde hay algún bonito barco anclado, como el Gorch Fock I (32), pero en seguida llegó la hora de marchar, por lo que no tuve tiempo de ver los museos que alberga la población, entre ellos el museo del mar y el museo oceanográfico.

El centro político

La imagen más conocida de Berlín es sin duda la de la Puerta de Brandeburgo (1) (en alemán Brandenburger Tor), que comenzó siendo un símbolo de la Paz y, tras la victoria prusiana contra Napoleón, se convirtió en símbolo de la Victoria, una vez añadida la Cruz de Hierro a la diosa que conduce la cuádriga (2). Es en las inmediaciones de este conocido monumento donde se acumula el mayor número de turistas, y donde últimamente se han puesto de moda unos curiosos y, a mi jucio, peligrosos vehículos en los que varias personas pedalean a la vez, sentados alrededor del centro del aparato (3).

Muy cerca de ella se halla el imponente Reichstag (4), sede del poder legislativo, cuya cúpula (5) es también muy visitada por los turistas. Desde lo alto del Reichstag es posible contemplar la inmensidad del parque Tiergarten (6).

Junto al Reichstag se halla la Cancillería (7, 7b), sede del ejecutivo. Cruzando el puente que hay junto a la Cancillería (8, 9b) se llega a la imponente estación central de trenes (Hauptbahnhof) (9,10), que vale la pena ver aunque no se vaya a viajar en tren. Es enorme, y al estar hecha de cristal la verdad es que queda muy bonita.

Muy cerca podemos contemplar una columna que nos indica que por ahí pasaba el muro de Berlín (11). De hecho, es fácil encontrar por la ciudad esta curiosa línea de dos baldosas, que parece "romper" el trazado de la calle. La línea indica el antiguo recorrido del muro.

Bajando, a pocos metros del Reichstag, se encuentra el conocido monumento del Holocausto (12) compuesto por bloques rectangulares de diferentes alturas (se dice que no hay dos iguales), pero todos exactamente igual de anchura y altura. Supongo que con ello se pretende simbolizar que cada víctima supuso la pérdida de una vida individual e insustituible, pero que de algún modo todas eran iguales, seres humanos. Lástima que sólo alcance a representar a los judíos, y no al conjunto de las víctimas.

Siguiendo ahora hacia el centro de la ciudad, se encuentra uno junto a la sede del Ministerio de Hacienda, que en tiempos de Hitler fue el Ministerio del Aire (13). El tipo de construcción es característica de la época: las ventanas rectangulares alargadas, las dimensiones descomunales y las formas rectas, frías e intimidadoras son típicas del periodo nazi. Existen unos pocos edificios más en Berlín que comparten estilo y que nos recuerdan la época en la que fueron levantados; como una de las entradas al antiguo aeropuerto de Tempelhof, que durante la Segunda Guerra Mundial fue una base de la Luftwaffe y más tarde el aeropuerto principal de Berlín Oeste. En las fachadas de los edificios que bordean la antigua entrada aún pueden verse las águilas características de entonces (14).

El mural de vivos colores que se ve en la foto data de tiempos de la RDA, y ensalza los valores que defendía el Comunismo. Anteriormente, la pared mostraba una imagen gris de soldados, característica del nazismo (podéis ver una muestra aquí). La plaza en la que se ve el mural contiene también recordatorios de las protestas de los trabajadores de la RDA del 17 de junio de 1953, día que posteriormente se ha convertido en festivo bajo el nombre de "Día de la unidad alemana".

Junto al edificio, un fragmento del antiguo Muro de Berlín (15) lo separa de una zona arrasada por los bombardeos, que antiguamente fue sede de la Gestapo y las SS. Hoy en día se usa como exposición de algunos de los crímenes perpetrados por aquellas organizaciones.

Muy cerca de este lugar se encuentra uno de los atractivos turísticos más característicos de Berlín, el "Checkpoint Charlie", un antiguo paso fronterizo entre el sector soviético y el norteamericano, llamado "Charlie" porque era el tercero en una serie de puestos que se conocían por las letras del alfabeto dichas según el código internacional del ICAO, muy usado por los militares. Y claro, éste era el C.

En realidad, se trata de una reconstrucción del antiguo puesto, realizada exclusivamente para los turistas. El original fue desmantelado en su momento, cuando perdió el sentido al desaparecer las zonas de ocupación. Pero ante el atractivo turístico de la ciudad, y el interés de muchos visitantes por todo tipo de cosas relacionadas con el Muro de Berlín y el pasado de la RDA, surgieron inciativas diversas, como regalar "pedacitos de muro" (de dudosa autenticidad, por mucho que digan), gorras de militares soviéticos,... y volver a montar el paso C. Pusieron una caseta, unos sacos de arena, un par de tipos vestidos con los uniformes de los ejércitos norteamericano y soviético, con sus respectivas banderas y, hala, a que la gente haga fotos (16). Como curiosidad, allí mismo hay un poste en el que se muestran dos fotos, en uno de los lados, la de uno de los últimos soldados soviéticos que hicieron guardia en el puesto, y del otro lado, la foto de uno de los últimos soldados del lado norteamericano (17).

No hace falta decir que la aglomeración de turistas en la zona es importante, seguramente sólo superada por la Puerta de Brandeburgo. Los objetos relacionados con la RDA gustan bastante, y hasta se ofrecen paseos en el famoso "Trabi" (18).

Más al Este encontramos el "ayuntamiento rojo" (19, 20), centro político de la ciudad. En mi opinión es bastante bonito, y su proximidad a la famosa Fernsehturm (la torre de televisión) da lugar a una imagen bastante curiosa, mezcla de arquitectura de finales del siglo XIX y finales del siglo XX. Esto mismo se contempla al verla junto a otros edificios cercanos (21, 22), puesto que es tan alta que es casi imposible no encontrársela. Sobre esta torre hay opiniones diversas, desde quienes piensan que es impresionante y uno de los símbolos de la ciudad hasta quien la ve como un despropósito arquitectónico fruto del "pique" de los alemanes orientales con los occidentales. Mi opinión es que, si bien no es la construcción más bonita de este tipo, sí que la encuentro aceptable, y el hecho de que se encuentre en una zona céntrica de una ciudad tan plana y de edificios tan bajos como Berlín hace que se vuelva mucho más impresionante, mientras que otras torres similares del resto del mundo, al estar algo apartadas, o bien ocultas por las elevaciones del terreno o los propios edificios, no resultan tan visibles como esta.

Como curiosidad, decir que la esfera de la torre está formada exteriormente por un entramado de pequeñas pirámides metálicas que, cuando brilla el sol, muestran la imagen de una cruz, puesto que la luz siempre acaba reflejándose en una de las filas y una de las columnas del entramado. A este efecto no previsto por los comunistas que la construyeron lo llaman los alemanes la venganza del Papa. Realmente resulta curioso ver esta especie de "faro de la cristiandad" levantado por las autoridades de la RDA.

La capital de Prusia

Aunque su fama viene principalmente por hechos históricos del siglo XX, Berlín también es importante por haber sido la capital de Prusia, cuyo primer rey, Federico I, está representado, junto a su esposa Sofía Carlota de Hannover (a la que generalmente se llama simplemente "Charlotte"), en la enorme entrada occidental del Tiergarten (23, 24), llamada, cómo no, Charlottenburger Tor. Y es que al oeste de la puerta se extiende el barrio de Charlottenburg, conocido principalmente porque en él se encuentra el palacio (25) del mismo nombre (puesto que Charlottenburg significa literalmente eso: "palacio de Carlota"). Como se ve, Federico I se encargó de que el recuerdo de su amada esposa Charlotte no se perdiera. Por eso, a su muerte mandó construir este bello palacio (26, 27), junto al que se halla un enorme parque (28,29) surcado por lagos y canales, algo muy típico de Alemania, donde el clima favorece el mantenimiento de estos lugares.

El barrio propiamente no tiene muchos más atractivos, excepto quizá un edificio situado algo más al Sur y que, si no me equivoco, es la biblioteca municipal (30).

En Charlottenburg también hay una estatua del príncipe elector de Brandeburgo, Federico Guillermo (31), padre del rey Federico I y conocido como "el gran elector". No podía faltar otra del más famoso de los reyes prusianos, Federico II el Grande (32), que también vivió allí durante un tiempo. A Federico el Grande los alemanes le llaman en ocasiones "der alte Fritz", que traducido sería algo así como "el viejo Fede". Fue uno de los reyes más cultos de su tiempo, y uno de los más célebres militares de la Historia. Lástima que su padre, Federico Guillermo I, "el rey soldado", al que tantos disgustos dio cuando fue joven, no llegase a ver la eficacia con la que su hijo dirigió el fantástico ejército que él se había esforzado tanto en crear.

Vale la pena visitar el interior de este castillo, que nos transporta al siglo XVIII con sus salas adornadas al estilo barroco, cada una de ellas diferente de las demás. Por cierto, que en la última sala que se muestra del recorrido interior del castillo, se encuentran uno de los retratos más famosos de Napoleón Bonaparte: el que lo representa a caballo, cruzando los Alpes y otros cuadros y objetos relacionados con el emperador francés que, por lo visto, se alojó en esa habitación cuando pasó por Berlín tras derrotar a los prusianos.

Si abandonamos Charlottenburg y volvemos de nuevo hacia el Este, a través del Tiergarten, tendremos ocasión aún de contemplar recuerdos de la antigua Prusia. En el centro del parque se encuentra la fabulosa estatua de la Victoria, que rinde homenaje al triunfo sobre Napoleón, pero que yo no pude admirar durante mi visita porque la estaban restaurando, como muchas otras partes de la ciudad.

Cerca de ella se encuentra la estatua de Bismarck (33,34), "el primer canciller del pueblo alemán", como reza la parte posterior de su pedestal. Siempre que se menciona a Bismarck, me viene a la memoria una curiosa anécdota que se cuenta de él (no sé si cierta o no). Se dice que en cierta ocasión, le preguntaron cuál era el pueblo al que más admiraba. Todos esperaban que mencionase a los franceses, a los ingleses, a los norteamericanos... o por supuesto, a los alemanes. Sin embargo, respondió que a quien más admiraba era al pueblo español. Sorprendidos sus interlocutores por la respuesta, le preguntaron la razón. Él respondió: Porque sus gobernantes llevan siglos intentando destruirlo, y todavía no lo han logrado.

Unos pocos metros más adelante, vemos la estatua del general Moltke (35), artífice de las victorias durante el gobierno de Bismarck, especialmente en la guerra franco-prusiana, que consagró al Segundo Reich como la principal potencia del continente.

Vale la pena aprovechar el paseo entre estos recuerdos históricos para disfrutar del precioso Tiergarten (literalmente "jardín de los animales"), puesto que es realmente un gran bosque (36) en medio de una gran ciudad. Como es característico por esas tierras, es inmenso, está surcado por canales y lagos, y poblado por diversos animales como las ardillas o los conejos (37). Los berlineses, por supuesto, lo aprovechan intensamente como zona de relajación o de gimnasia. Es fácil ver gente haciendo footing o ciclismo. Por cierto, que una de las cosas que más me sorprendió de Berlín fueron las bicicletas. En comparación con lo que se ve en España, hay muchísimas, y circulan libremente por la ciudad, con total prioridad. En España, llevar una bicicleta es un deporte de riesgo ante la amenaza de los coches (puesto que apenas hay "carriles bici"); en Berlín el deporte de riesgo es ir andando sin acordarte de que a lo mejor estás sobre un carril de bicicletas. Además, no están especialmente señalizados; simplemente una raya o que las baldosas del suelo sean de otro color ya indica que por ahí deben circular las bicicletas. Por lo general, es el mejor trozo de la calle, por lo que el peatón, muy frecuentemente se ve obligado a buscar su estrecho carril por el que ir andando sin miedo a morir atropellado. Los ciclistas van tan rápidos y tan confiados en su preferencia, que da más miedo cruzar un carril bici que un semáforo en rojo.

Otros lugares curiosos que encontramos durante nuestro trayecto por el Tiergarten son la residencia del canciller (38) y la "Casa de las culturas del mundo" (Haus der Kulturen der Welt) (39), un auditorio de forma realmente curiosa, que se usa para diversas actividades culturales.

Una vez se llega al final del Tiergarten y se vuelve a pasar por la Puerta de Brandeburgo, se puede recorrer la calle más famosa de Berlín: Unter den Linden ("Bajo los Tilos", literalmente), en la que se encuentran muchos de los lugares más emblemáticos de la capital, especialmente en las cercanías de la Universidad Humboldt. Esta universidad debe su nombre al científico Wilhem von Humboldt, y junto a ella se encuentra también una estatua de su no menos célebre hermano, Alexander (40), que incluso tiene una curiosa y merecida dedicatoria de los cubanos, puesto que fue uno de los investigadores que más profundizaron en el conocimiento científico de Hispanoamérica.

Junto a la Universidad se encuentra una estatua ecuestre de Federico el Grande (41), y un poco más adelante se halla la Staatsopera (42) ("ópera nacional"), otro más de los edificios impulsados por Federico II.

Junto a la Universidad se halla "La nueva guardia", un edificio dedicado a fines diversos a lo largo de su historia, pero que hoy en día alberga un emotivo monumento a las víctimas de todas las guerras y todas las tiranías (43). Bajo la curiosa estatua de la madre con su hijo muerto, cuentan que hay enterradas dos personas: un soldado desconocido alemán y una víctima desconocida de un campo de concentración.

No muy lejos de ese mismo edificio, se contempla un misterioso claro, en el que parece que se esté construyendo algo nuevo. Así es. Se supone que se está reconstruyendo el antiguo palacio real, el Stadtschloss (literalmente, "el palacio municipal"), destruído por los efectos de la guerra. No se ha conservado nada excepto... un trozo de la fachada. La historia de este trozo es realmente curiosa. Resulta que en 1918, al ser derrocado el gobierno absolutista de Guillermo II, un iluminado comunista llamado Karl Liebknecht, había subido a un balcón de palacio y había proclamado la república socialista. Como sabemos, de república socialista nada, pero el hecho simbólico quedó en el recuerdo de los partidos de izquierda, y cuando surgió la RDA, se decidió que el palacio había que derruirlo, pues era un recuerdo de la antigua dinastía de los Hohenzollern, pero el balcón había que conservarlo, para recordar este gesto. Así que, ni cortos ni perezosos, separaron el trozo de fachada, lo movieron unos metros, destruyeron lo que quedaba del resto de palacio, y al fragmento conservado le añadieron un edificio actual. El resultado es una extraña combinación que casi hace daño a la vista (44). Supuestamente, el actual gobierno quiere reconstruir el Stadtschloss, pero ya veremos si la idea progresa teniendo en cuenta el enorme coste que esto supone. De momento, lo único que hay es un claro en medio de la ciudad.

Siguiendo por Unter den Linden, encontramos ya la Catedral (que los alemanes llaman Dom). Es en realidad la catedral protestante (45), porque la católica se encuentra un poco más atrás en nuestro recorrido, en la Bebelplatz, famosa sobre todo porque, al encontrarse también allí la biblioteca de la Universidad, fue donde los nazis organizaron la conocida quema de libros de 1933.

A la Catedral hay que llegar a través de un puente, puesto que se encuentra en una isla, la famosa "Isla de los museos". Y es que esta pequeña isla sobre el Spree está literalmente ocupada por los museos, al menos en la parte Norte, donde prácticamente no hay sitio entre ellos. El más visible al entrar por donde está el Dom es el Altes Museum (46), en el que se muestran obras de arte clásicas, aunque el más famoso es sin duda el Museo de Pérgamo, en el que se recopilan hallazgos de las civilizaciones antiguas, y que destaca sobre todo porque en él se reproduce lo que ha quedado del impresionante templo de Pérgamo, un templo griego en el que se encontraban representadas una buena parte de las deidades de la mitología clásica. Realmente vale la pena verlo.

Por este lado de la ciudad ya se termina la parte más antigua, y se entra en la zona de la Alexanderplatz, uno de los puntos clave de Berlín Oriental, hoy en día centro comercial destacado. Pero sería injusto olvidarse de una plaza que se encuentra algo más abajo y que seguramente es la más impresionante en cuanto a arquitectura de siglos pasados: el Gendarmenrmarkt. En este enorme lugar se juntan tres edificios destacables. En el centro, el Konzerthaus (47), que antes de sala de conciertos había sido el teatro más importante de Berlín, y por eso su entrada está adornada con una estatua de Schiller (48). A uno y otro lados del teatro vemos un par de iglesias prácticamente idénticas. Sólo cambian algunos pequeños detalles de las estatuas que las adornan y poco más. Cada una de ellas (49) es de un culto diferente: una es calvinista (la catedral francesa) y la otra es luterana (la catedral alemana), y representan la tolerancia religiosa de la que hizo gala el rey Federico I al acoger a los hugonotes franceses en esta ciudad, durante su reinado. Realmente la plaza impresiona por sus dimensiones y por su belleza, y además es un bonito detalle, aunque sólo sea simbólico, que dos cultos diferentes compartan la misma plaza.

Por cierto, que en una de las esquinas de la plaza se encuentra una tienda cuya visita es casi tan indispensable como la de cualquier monumento. Se trata de la chocolatería Fassbender & Rausch, una enorme tienda que vende chocolates de todas las clases, y que está adornada con las más variopintas figuras gigantes de chocolate, algunas de ellas incluso representan lugares típicos de la ciudad (50,51).

Sobre los monumentos típicos de Berlín, hay que señalar que muchos de ellos pertenecen al mismo arquitecto, el siempre nombrado Karl Friedrich Schinkel. Durante principios del siglo XIX engalanó la ciudad con multitud de obras, por encargo de los soberanos de Prusia, y hoy en día constituyen el núcleo de la arquitectura "clásica" de la ciudad, puesto que Berlín, al ser una capital que comenzó a despuntar relativamente tarde (finales del siglo XVIII), no dispone de monumentos muy antiguos como otras ciudades europeas.

Para terminar este recorrido, vale la pena mostrar precisamente una de las obras de Schinkel, que conmemora la victoria sobre Napoleón. Se halla en el barrio de Kreuzberg, algo apartada de todo lo que hemos visto hasta ahora. Consiste en una figura alargada, como la que se ve en algunas plazas alemanas, que conmemora algunas partes de la campaña contra Napoleón y está adornada con cruces de hierro por todas partes (52). Para llegar a ella hay que adentrarse en un bonito parque llamado Viktoriapark, muy próximo a una de las más bonitas iglesias de la ciudad, que destaca por sus dos altísimas torres puntiagudas (53). Viktoriapark es en realidad una pequeña montaña (lo cual de por sí es singular, puesto que en Berlín no hay muchas elevaciones de terreno) por la que cae un torrente de agua, junto al cual la gente acude a refrescarse y a relajarse (54). La verdad es que es un sitio agradable de visitar, y la imagen del monumento en la cumbre de la montaña, sobre el riachuelo flanqueado por los árboles, le da un toque especial. Arriba de todo, una especie de plaza rodea al monumento (55), con el que termino ya de explicar el sector clásico prusiano. Antes de pasar a otra zona, vale la pena también que muestre algunos de los edificios de Kreuzberg, puesto que no falta por allí algún antiguo depósito de agua (56) o alguna que otra construcción interesante (57) o alguna iglesia (58) que merezcan que nos molestemos en dar una vuelta tranquilamente junto a los muchos bares de la zona, tras el esfuerzo de la subida al monumento del Viktoriapark.

Berlín Este

Uno no puede ir a Berlín sin visitar, aunque sea de pasada y por curiosidad, los sectores más representativos de la antigua capital de la RDA. Lejos de ser un estorbo, estos símbolos le dan a Berlín un toque diferente y una variedad que no tenemos en las ciudades que nunca han vivido dentro del sector comunista.

Voy a comenzar el recorrido por el ayuntamiento rojo, que ya he mostrado antes, junto al que se encuentra el monumento a Marx y Engels (59). Justo un poco más al Sur se encuentra el barrio más antiguo de Berlín, lo que fue el embrión de la ciudad, cuando aún no era una gran capital. Son sólo unas pocas calles, llenas de tiendas y de restaurantes para turistas, pero encuentro que está bastante bien (60,61,62,63,64). Entre ellas podemos encontrar una de las muchas fuentes que hay por Berlín para extraer agua del subsuelo (65), aunque en este caso está algo más adornada que la mayoría. También hay una curiosa fuente con el oso (66), cómo no, e incluso algún grabado con la forma del típico Brezeln, que venden en las panaderías (67).

Desde esta zona de la ciudad hay otro puente que nos une con la parte Sur de la isla de los museos, y desde él podemos ver la Catedral (68).

Nos dirigimos entonces hacia el Sudeste y, tras una pequeña caminata, llegamos al trozo mejor conservado del muro, en el que se ven las pintadas que diversos artistas realizan sobre él (69). Por lo que tengo entendido, estos dibujos se renuevan periódicamente con nuevas obras, por lo que, salvo algún caso particular, no son los que originalmente había pintados en tiempos de la reunificación.

Al final del recorrido hay incluso una tienda de souvenirs en el propio muro (70). También puede apreciarse, en el lado del río, cómo el muro era doble (71). En efecto, no era una sola pared, sino que en realidad eran dos muros, separados por unos pocos metros, de manera que conseguir escapar era tan fácil.

Los graffitis de Berlín Oriental no se limitan al muro, sino que también es posible verlos en bastantes casas, como ocurre con este característico dibujo que dice "Berlín es pobre, pero sexy" (72).

En este punto se contempla ya el curioso puente Oberbaum (73) con su característico color rojizo y un estilo industrial que al menos a mí me gustó bastante. Al otro lado hay un barrio bastante animado, y si seguimos andando hacia el Sudeste, cruzamos unos canales junto a los que hay terrazas donde tomar algo (74). Pero mi objetivo era llegar al Treptoverpark, mucho más abajo, así que seguí caminando durante mucho rato por un barrio más tranquilo y residencial (75), hasta que por fin conseguí llegar al parque (76). Es enorme, y aún es necesario recorrerlo durante un buen trozo para alcanzar una de las entradas (77) de mi objetivo final: el monumento a los muertos soviéticos de la Segunda Guerra Mundial.

Este enorme monumento consiste en un enorme paso con la estatuas de dos soldados soviéticos (78,79,80), seguida de una enorme avenida (81) que culmina en una gran estatua de bronce que representa al héroe soviético protegiendo a la población civil (82). La avenida esta flanqueada por enormes grabados en piedra que representan diferentes fases de la guerra (83,84). En el interior del pie de la estatua hay una especie de capilla adornada al estilo comunista (85). Desde allá es posible contemplar la inmensidad del monumento (86), y si volvemos sobre nuestros pasos y llegamos hasta el final, podemos contemplar una modesta estatua que representa a la madre Rusia llorando por sus hijos (87).

Si continuásemos hacia el Este, más allá del parque, llegaríamos al pueblo de Köpenick, donde multitud de embarcaciones surcan los dos ríos que allí confluyen, y de la que destacan el ayuntamiento (88) y un pequeño palacio ocasionalmente utilizado por los antiguos reyes de Prusia (89). En lugar de eso, vamos a volver hacia el Norte y cruzar el río, desde el que aún es posible obtener una bonita vista del Oberbaum (90), mientras en la otra ribera podemos contemplar más fragmentos de muro pintados, y edificios que nos recuerdan a la decadente RDA (91). En general, los barrios de esta zona tienen ese toque comunista, que por un lado es triste, pero por otro resulta pintoresco, y de ahí que se haya convertido en la típica zona "de marcha" de la ciudad, un sitio que mucha gente prefiere a las zonas caras y pijas del centro, los modernos locales de la Potsdamerplatz y las lujosas tiendas de la Friedrichstrasse.

Aquí tan pronto te encuentras una torre vieja (92) (si me equivoco, un antiguo depósito de agua), como un cine rodeado de pintadas y carteles pegados por las paredes (93). Tampoco podía faltar algún local que ofrece tapas, a la española (94), y como es típico de mí, no pude dejar de recoger el testimonio de ello.

En realidad, uno no necesita recurrir aquí a la comida española o italiana. La verdad es que se puede comer y beber decentemente, por unos precios muy asequibles. Como siempre, depende de hasta dónde queramos llegar, pero si simplemente queremos llenar el estómago con algo aceptable, podemos hacerlo igual que en España. La opción barata más típica, dejando aparte los numerosísimos kebabs, es el currywurst. No es más que una típica salchicha alemana acompañada con las mismas salsas de siempre, pero con un toque de curry. Hay muchos locales que la ofrecen, e incluso en algunos lugares céntricos de la ciudad hay vendedores ambulantes que van con su bandeja repartiéndolas por la calle (95).

En cuanto a la cerveza, por supuesto las tienen de todos los tipos, y uno se hace un lío con tanta marca. La típica de Berlín es una cerveza a la que le añaden sabores afrutados que le dan un toque dulzón. La hay de color rojo y de color verde, y se llama Berliner Weisse (96). Personalmente no me gusta nada; creo que es algo que está bien para quien no le guste realmente la cerveza.

Bastente más al norte del paso por el río, llegamos a la impresionante Karl-Marx-Allee (97), la avenida de Karl Marx. Se trata de una enorme (pero enorme, ¿eh?) avenida hecha por los comunistas para alojar a los funcionarios del estado. Tiene un estilo arquitectónico algo feo y está bastante deteriorada, pero sus dimensiones le dan un toque especial. Su punto culminante es la también enorme Frankfurter Tor, que no es más que un paso de la avenida flanqueado por dos descomunales edificios (98).

Ya para finalizar el recorrido por la parte oriental, vale la pena mencionar también el teatro del pueblo (Volksbüne), que se encuentra en la plaza Rosa de Luxemburgo (98b)

Desgraciadamente, no se puede tener todo, y en esta ocasión me faltó tiempo para conocer la vida nocturna de Berlín, tan famosa internacionalmente. Básicamente se redujo a tomar algo en un bar gótico, el Last Profecy, adornado con todo tipo de detalles fúnebres, y cuya escalera para descender a la planta baja está adornada también por un curioso elemento (99). Hubiera querido visitar el Halford, un bar rockero dedicado al cantante de los Judas Priest, pero lamentablemente estaba cerrado (100). Otra vez será.

La ciudad actual y curiosidades varias

De los demás barrios de la ciudad, y de aspectos generales que me hayan llamado la atención, yo destacaría lo siguiente:

En primer lugar la zona cercana al Zoo de Berlín, con su característica entrada con los dos elefantes (101). Muy cercana al zoo se encuentra la bonita estación de metro de Wittenbergplatz (102), que por dentro mantiene un estilo antiguo (103), incluso con carteles publicitarios de principios de siglo XX (104).

En esa estación vi este gracioso cartel (105) al estilo "Estamos trabajando para usted, disculpe las molestias", en el que aparece un muñequito de juguete. Realmente es curiosa la manera de pensar que hay detrás de los anuncios. Tienen un sentido del humor algo especial y diferente al español, como se ve en esta curiosa propaganda de una óptica, que vi en un vagón de metro (106).

En general, hay muchas estaciones pintorescas y con un cierto encanto, tanto de metro (107) como de S-Bahn (el tren de superficie que recorre la ciudad). Por ejemplo, esta de Hackeschermarkt (108).

No muy lejos del zoo se encuentra también un feo edificio, pero del que quise dejar testimonio por su importancia, a veces infravalorada: la sede del DIN (109). El DIN es el Instituto Alemán para las Normas (Deutsche Institut für Normung), encargado de la estandarización a nivel alemán. En principio sus normas sólo se aplican en Alemania, pero hay una que ha trascendido sus fronteras, y es la que afecta a los tamaños de las hojas de papel, que precisamente por eso se denominan DIN-A4, DIN-A5, etc. Aunque la serie A es la más conocida, en realidad la norma contempla cuatro series, de la A a la D. Todas ellas cumplen la bonita propiedad de que, al dividir una hoja por la mitad, se obtienen dos del siguiente tamaño especificado por la serie, y esta propiedad se cumple para cualquier elemento (es lo que tiene la proporción que da la raíz cuadrada de 2).

También cerca de esta zona se encuentran algunas de las más impresionantes embajadas. Entre ellas la de Egipto (110), la de Arabia Saudí (111), o la de los Emiratos Árabes Unidos (112). También destaca la sede del partido político CDU, con una extraña forma que recuerda a un barco (113).

Otro lugar cercano al zoológico y tremendamente conocido el la Kaiser-Wilhelm-Gedächtnis-Kirche (114), es decir, la iglesia en recuerdo del Kaiser Guillermo, que se ha conservado semidestruida como recuerdo de los desastres de la Segunda Guerra Mundial. La mandó construir el Kaiser Guillermo II en recuerdo de su abuelo, también Kaiser, Guillermo I. Sin duda estos edificios semidestruidos ayudan más a la gente a ser consciente de las consecuencias de las guerras que mil discursos y mil artículos eruditos publicados en el medio que sea. Otro bonito recordatorio de aquellos años es una modesta estatua que hay cerca de la estación de S-Bahn de Friedrichstrasse, titulada "los trenes de la muerte". Representa a un grupo de niños que se preparan a subir al tren que los llevará al campo de concentración (115).

Por cierto, muy cerca de allí se encuentra el hotel Radisson, que alberga un curioso acuario cilíndrico (116), dentro del cual se encuentra el ascensor que lleva a las plantas superiores. Algo verdaderamente original y curioso de ver.

No podía faltar una mención para la Potsdamer Platz, donde se encuentran algunos de los más importantes edificios de oficinas, y que es famosa sobre todo por el Sony Center (117), del que destaca especialmente su peculiar cúpula (118). A mí esta zona no me pareció muy interesante, aunque hay algún ejemplo de arquitectura moderna, con cristal y acero, que quizás pueda gustar a los aficionados a ese estilo.

Un detalle curioso de los berlineses (y quizás de los alemanes en general, no lo sé) es su afición a la playa. A lo largo de la ribera del Spree, el río que cruza la ciudad, pueden verse bastantes lugares para practicar voley-playa, y no son pocos los bares cuyo suelo es precisamente arena, o que directamente imitan todos los detalles de un chiringuito, como si estuviéramos justo a unos metros del mar en Benidorm. En la misma Alexanderplatz hay uno bastante grande en el que yo mismo dejé testimonio de cómo se puede tomar el sol rodeado de arena, a centenares de kilómetros de la costa (119).

También es destacable la manera que tienen de educar a los jóvenes. Allí se nota que los niños son niños. Abundan las tiendas con juguetes clásicos: las típicas muñecas (120), los muñecos de madera con forma de pinocho (121), etc. Con razón puede uno, mientras camina por allá, encontrarse con carteles como este (122). Personalmente creo que es algo que está muy bien. Los niños deben ser niños mientras están en la edad de serlo.

Alguien podría preguntarse: "¿Cuál es el recuerdo más vendido de una ciudad tan variada y que posee tantos monumentos y lugares intersantes?" Pues no son las miniaturas de la puerta de Brandeburgo, ni los bustos en miniatura de Federico el Grande (aunque se veían muchos en las tiendas), ni nada por el estilo, sino... la figura del semáforo. Sí, resulta que los antiguos semáforos de la RDA mostraban una figura de un hombre con sombrero, muy característica (123). En ocasiones también la de una niña con trenzas, que mostraré cuando describa Dresde. El caso es que al unificarse Alemania, el gobierno federal quiso imponer el modelo de la RFA, más parecido al que tenemos en España, pero la gente estaba tan identificada ya con este diseño que presionó para mantenerlo, y ahora puede uno ver ambos estilos en cualquier parte de la ciudad. No sólo eso, sino que el semáforo se convirtió en una señal de identidad berlinesa, y se comenzaron a vender souvenirs de todo tipo relacionados con el ampelman (literalmente "hombre del semáforo"). Bolsos, pegatinas, llaveros... hasta helados y bebidas puede uno encontrar en una tienda dedicada a este personaje (124).

Por cierto que los semáforos alemanes cuentan en su mayoría con un botón para avisar de que se desea cruzar la calle, pero no como en España que no sabes si sirven de algo o están sólo como apoyo psicológico para hacer más corta la espera. Aquí dan la impresión de funcionar, y marcan que han recibido la señal con el mensaje "Signal kommt" (125). Los hay de muchos modelos, casi todos en color amarillo, que en mi opinión es el color favorito de los alemanes. Hay montones de cosas en amarillo (de hecho, un amarillo algo dorado, parecido al famoso "gualda" de la bandera española). No es extraño si pensamos que este era el color de la bandera del Sacro Imperio Romano-Germánico, y según tengo entendido, la bandera actual de Alemania incluye el amarillo precisamente por esa razón.

Tampoco usan el ámbar o la intermitencia en los semáforos para advertir que va a ponerse rojo, sino que tú vas cruzando la calle y de pronto pasa a rojo directamente. Eso significa que ya no deberías empezar a cruzar si aún no lo has hecho, pero si estás a medio camino, aún tienes unos segundos de margen para llegar al otro lado, antes de que a los coches se les ponga verde.

Para terminar, un detalle que me pareció pintoresco: La puerta de una casa, con el clásico cilindro en el que el repartidor de periódicos pone el del día (126). La palabra "Zeitungen", con la que está marcado, significa precisamente eso, periódicos.

Spandau y el museo de la Luftwaffe

Al Oeste de Berlín, justo donde acaban las líneas de metro y de S-Bahn, se encuentra la pequeña localidad de Spandau, hoy en día convertida en un distrito de Berlín. Es conocida por haber albergado a finales de la Segunda Guerra Mundial una prisión, en la que estuvieron unos pocos prisioneros de gran relevancia, especialmente Rudolf Hess, que murió allí. La localidad mantiene un cierto aire medieval en algunos rincones, como es el caso de su iglesia (1). ¿Adivinan cómo se llama? Sí, iglesia de San Nicolás.

Pero la razón que me movió a visitarla no fue conocerla, sino que es uno de los lugares por los que hay que pasar para llegar al museo de la Luftwaffe (2), situado en un aeródromo, bastante más al sur. Desde Spandau, hay que coger un autobús que, tras unos 20 minutos de recorrido, nos deja en una zona de casitas con jardín, a partir de la cual debemos caminar un cuarto de hora para llegar al aeródromo. Allá, una amable señora que no sabía nada de inglés (ni por supuesto de español) me explicó que, lamentablemente, la torre de control estaba cerrada al público, así como el hangar dedicado a los aspectos más modernos de la Luftwaffe. Una pena. Sin embargo, con el resto ya hay suficiente material como para estar por lo menos una hora y media visitando el museo, así que tampoco fue tan grave.

El nombre "Luftwaffe" ha quedado asociado a la aviación alemana de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, esta palabra no significa otra cosa que "fuerza aérea", por lo que en realidad es un nombre genérico. En este aeródromo muestran aparatos y material relacionados con toda su historia, incluyendo algunos aviones de otros países, como EEUU o GB.

En la primera parte del recorrido, por las pistas del aeródromo, es posible contemplar joyas tan curiosas como algunos aviones de doble hélice (3), los Mig-21 de la RDA (4,5), antiguos helicópteros del ejército de tierra (6), aviones clásicos como el Phantom estadounidense (7) y el Harrier británico (8), así como modelos rusos de Mig y Sujoi (9,10). También algún curioso modelo menos conocido pero más llamativo (11).

Probablemente lo más interesante está en el hangar donde se encuentran los objetos anteriores a 1945. Allí se puede ver, cómo no, un Messerschmitt Bf-109 (12), junto a una curiosa descripción técnica, que indica que está fabricado por CASA, en su fábrica de Sevilla (13). También hay diferentes modelos de planeadores de diferentes épocas (14, 15, 16), máquinas remolcadoras para los aviones (17), artillería antiaérea (18) o un modelo del traje que llevaban los aviadores de la Segunda Guerra Mundial (19). Atención al detalle de la bragueta.

También se muestran algunos modelos posteriores a la guerra, como el Tornado (20) o el Sabre (21), este último muy curioso de ver, pues tenía abierta la parte del fuselaje donde están las cintas de munición de las ametralladoras. También la ametralladora del Mig-21, del que había una exposición especial, podía contemplarse por separado (22).

De la Segunda Guerra Mundial había objetos interesantes, como la cabeza y el final de un cohete V-2 (23), o un esquema del motor del Me-262 (24), el primer avión de combate a reacción de la historia. También está el Me-163 Komet (25), que prácticamente era una mezcla entre cohete y planeador. Aquí (26) puede verse un documento relacionado con el avión; si no me equivoco, atestigua la formación del 43º escuadrón de cazabombarderos. Sólo por el emblema del escuadrón (que también puede verse en el fuselaje del Komet), ya vale la pena.

Otra serie de documentos, medallas y diversos objetos de la época pueden contemplarse también en el hangar (27,28,29,30), entre ellas el uniforme de los oficiales de la Luftwaffe (31) o incluso las ropas que llevaban los prisioneros del campo de Sachsenhausen, cercano a Berlín (32).

De las primeras épocas de la aviación también hay bastante material, que a mí me parece especialmente interesante. Pueden verse algunos de los primeros modelos de aviones (33), y los usados en la Primera Guerra Mundial, tanto por el bando alemán (34) como por el francés (35). No podía faltar un modelo del Fokker triplano que usó el Barón Rojo (36,37). Al lado hay también algún avión de la época de la República de Weimar (38). En una sala adyacente había una exposición sobre los globos y zeppelines que Alemania desarrolló con mucho éxito a principio del siglo XX. Desgraciadamente todos los textos estaban en alemán, pero había alguna imagen curiosa como la de este globo (39) o la macabra imagen de un aviador muerto representado con sus papeles en la boca (40).

Con esto acabó mi visita al hangar dedicado al periodo anterior a 1945. Aunque el que estaba dedicado a la época actual estaba cerrado, en las pistas podían observarse algunos objetos, entre ellos varios misiles tierra-aire (41,42).

Por cierto, hay que mencionar que la entrada al museo es gratis, lo cual es de agradecer teniendo en cuenta el material expuesto.

Tras abandonar el museo a pie y conseguir volver a Spandau, decidí echar un vistazo al principal atractivo de este distrito: la Ciudadela (43). Se trata de una antigua fortificación medieval, que durante el Renacimiento se expandió según el estilo de la época, para formar una ciudadela sobre varios islotes del río. De este modo el propio río sirve de foso y la hace más inexpugnable. En lugar de la forma pentagonal que tienen algunas construcciones similares de Italia y España, esta es cuadrada, pero igualmente tiene los característicos baluartes de la época.

Para cruzar el amplio foso (44) hay un puente bastante curioso, pues las rejas de ambos lados están adornadas con cascos típicos de Alemania desde los tiempos de la Alta Edad Media hasta la Segunda Guerra Mundial. Yo hice una foto de los dos más característicos, el del II Reich (45) y el del III Reich (46).

Una vez dentro, se puede ver un pequeño museo acerca de la propia ciudadela, y subir por dentro de la torre (47) para contemplar la vista desde lo alto (48,49). Luego, tras caminar por el baluarte (50), se puede descender hasta abajo, donde hay un pequeño museo con diversos objetos de la Prusia del siglo XIX, y junto a él un montón de estatuas, que supongo que se han ido acumulando en la ciudadela a lo largo del tiempo (51,52,53). En realidad se deberían poder visitar más zonas de la ciudadela, pero ocurre que cada cierto tiempo la aprovechan para dar conciertos en su patio, y entonces una parte del edificio sirve de "backstage", por lo que no se puede pasar. Ese día precisamente tocaban Jethro Tull, por lo que en parte se me fastidió la visita, pero por la noche me recompensó el hecho de poder ir a verles en un sitio tan especial. Muy buen concierto y maravilloso el entorno, aunque los aviones que despegan del cercano aeropuerto de Tegel aportan algo de ruido cada pocos minutos.

Para volver a casa lo mejor es usar el metro (U-Bahn), que está muy cerca, precisamente en la parada llamada Zitadelle. Ya comenté anteriormente que Berlín tiene muchas estaciones bonitas. Esta es una de ellas, pues está adornada al estilo de la época, tanto en el exterior (54) como en el interior (55).

Potsdam

Si seguimos hacia el Sudoeste a partir de Spandau, llegamos a Potsdam, la capital del estado de Brandeburgo. No se puede tener una idea de los aires de grandeza de la dinastía Hohenzollern (a la que pertenecieron todos los reyes de Prusia), sin visitar Potsdam. La ciudad en sí no tiene gran cosa que ver, básicamente la bella iglesia de... ¿hace falta decirlo? (1,2); enfrente está el ayuntamiento (3), y algo más arriba, tras pasar junto a otra iglesia más modesta (4) (esta ya no es de San Nicolás, sino de San Pedro y San Pablo) llegamos a la Nauener Tor (5). Pero esta zona no tiene gran interés, así que hay que ir algo más al Oeste, hasta contemplar la Puerta de Brandeburgo (6, 7)... sí, aquí también hay una puerta con ese nombre; de hecho, es más antigua que la de Berlín.

Pero el interés, lógicamente, se encuentra más al Oeste, donde se hallan los jardines y palacios reales. Visitarlos todos en un solo día es una hazaña prácticamente irrealizable, por lo que si uno está interesado, más vale que se reserve dos días, o bien sencillamente que renuncie a visitar parte del complejo. No todos están abiertos siempre, así que hay que informarse bien. Si no recuerdo mal, sólo los fines de semana están abiertos todos, pero si ya un martes, cuando yo fui, es casi imposible librarse de colas enormes, no quiero ni pensar cómo estará un fin de semana.

No pude visitar el Palacio Nuevo (que es el más grande de todos) porque ese día estaba cerrado, pero voy a describir el resto, del que pude ver casi todo.

La entrada por la que accedí es la que contiene la Friedenskirche (8,8b) (iglesia de la paz), donde está enterrado el rey Federico Guillermo IV. Me llamó la atención la torre que se ve al fondo. Dicen que está hecha a semejanza de la de Santa Maria in Cosmedin, en Italia, puesto que el arte de aquella época se inspiraba mucho en ese país. Desde luego, no parece alemana, sino imitación. Por cierto, no lejos de este sitio, en medio de los jardines, se encuentra el llamado "rincón de Voltaire", donde el filósofo francés pasaba algunos ratos durante su estancia en la corte de Federico el Grande.

Antes de llegar al palacio, anduve un rato por el parque, que, una vez más, es enorme y está lleno de árboles y de lagos donde navegan apaciblemente patos y cisnes (9). Por fin, algo más arriba, comencé a ver la subida escalonada que lleva al palacio de Sans Soucci (10,11). Por fuera no está mal, pero no es especialmente destacable (12), salvo quizás por los pabellones enrejados que hay en los laterales (13), aunque el entorno es bastante espectacular, y eso que yo lo visité en verano, cuando la vegetación está algo seca y las flores no se encuentran en su máximo esplendor. Estoy convencido de que en primavera, la subida al palacio debe estar realmente bien (14).

Tras el palacio, puede contemplarse el enorme bosque que se extiende a lo lejos y, al fondo, unas ruinas simuladas (15), muy del gusto de los gobernantes del siglo XIX, con las que se intentaba crear un falso ambiente de antigüedad. Desgraciadamente, el complejo del parque y sus palacios es tan grande que no tuve tiempo para visitarlas. Allá se encuentra el depósito de agua que originalmente servía para poder abastecer a las fuentes del jardín, ya que al ser un terreno algo más elevado, se puede conseguir la presión necesaria.

Por supuesto, la visita al interior de palacio es totalmente recomendable, aunque hay que hacer una gran cola, incluso entre semana y llegando muy pronto. Mientras estás en la cola, unos monitores orientados al exterior te muestran, en tiempo real, cómo se van agotando las entradas para cada pase (cada cinco minutos hay un pase). Fotos del interior no hice, excepto de la curiosa cocina (16). Me quedó por ver la parte que llaman "las salas de las damas", que se visita aparte, y aquel día no estaba abierta.

Muy cerca hay un antiguo molino (17), que también puede visitarse. Al Oeste se encuentra un palacio de la época posterior de Federico Guillermo IV, llamado Orangerie (18). El propio rey, que tenía vocación de arquitecto, hizo los primeros planos. Está bastante deteriorado, pero del que aún se puede acceder a una parte del interior y subir a su torre para contemplar el parque. Por lo visto, los reyes de entonces se aburrían viviendo siempre bajo el techo del palacio construido por su antecesor, o sea que construían uno nuevo y lo añadían al conjunto.

No lejos de este palacio se encuentra otra construcción, el Belvedere (20), al que se llega a través de un largo paseo arbolado (19), y si en lugar de eso vamos descendiendo por los jardines, podemos ir contemplando un bonito paisaje, siempre inspirado en Italia (21, 22, 23, 24). Al final, podemos observar el conjunto del palacio con sus jardines, frente a una estatua de, cómo no, Federico el Grande (25).

Algo más abajo se encuentra el que seguramente es el edificio más pintoresco, y uno de los más famosos, de Sans Souci: la casa de té china (26,27). No es grande, pero resulta bonita con sus figuras doradas y su interior pintado con motivos orientales. Una de las visitas imprescindibles si se va a Potsdam.

Ya algo más abajo, junto a un pequeño lago (28), podemos contemplar dos "modestas" casas de recreo: la villa romana (29), copia de las casas de los antiguos romanos, y el Schloss Charlottenhof (30,31), una casa también con detalles de inspiración romana. Ambas están algo deterioradas, sobre todo la villa romana, pero aún es posible visitarlas e imaginar, a partir de lo que se ha conservado, la agradable vida que debieron llevar aquí sus dueños.

Ya por último, decidí visitar un anexo al palacio de Sans Souci, en el que se muestran obras clásicas de pintura y alguna escultura (32), y vale la pena si se tiene tiempo y, como en mi caso, el ticket diario incluye esta visita.

Para el resto de sitios, la falta de tiempo o el cierre me impidieron conocerlos, pero ya llegará el momento de hacerlo.

La Altstadt

Sin duda la parte más turística y conocida de Dresde es la ciudad vieja (Altstadt). No es un área muy grande, pero sí con mucho encanto, que se ve favorecida por el paso del imponente Elba, junto al cual destacan aún más las antiguas construcciones de la ciudad.

Es bien sabido que esta parte fue ampliamente destruida por la aviación aliada durante un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial, muy criticado por lo inútil de su valor estratégico y la barbarie que suponía arrasar el centro histórico de una de las ciudades más bellas de Alemania.

El caso es que los alemanes han conseguido reconstruir una buena parte del antiguo esplendor de Dresde, y si bien aún queda algún rincón por recuperar del todo, lo más importante está ya en pie, luciendo con tanta o más belleza que antes de 1945. Especialmente la famosa Frauenkirche (Iglesia de Nuestra Señora), de la que sólo quedaron escombros tras el bombardeo, y que en un muy breve periodo de tiempo (2000-2005) fue levantada de nuevo hasta ofrecer el magnífico aspecto que muestra ahora (1). Por dentro también es muy bonita y original, vale la pena verla, toda de color claro y con su curiosa forma circular. Hoy en día también se usa para conciertos de música clásica, lo cual supongo que ayuda a obtener dinero para mantenerla.

La plaza en la que se halla la Frauenkirche (2) es probablemente el sitio con más concentración de turistas de la ciudad. Está estratégicamente situada, más o menos en el centro de la Altstadt, y con su monumento más importante. También destaca enfrente de la iglesia, la estatua de Lutero (3), y algo más apartada, una del rey Augusto III (4). La propia plaza es, por sí misma, algo que vale la pena visitar, con esos edificios coloreados que tan pintorescos parecen a quien viene de España (5,6).

Una de las calles más estrechas que salen de la plaza lleva directamente al río, y está plagada de restaurantes y tiendas, especialmente orientadas a los turistas (7). De muestra, un botón: este restaurante tan español (8). No es el único; en Dresde pueden encontrarse muchos sitios así. Y no están localizados en un barrio concreto, sino por toda la ciudad. Luego iré señalando otros lugares. Es algo que me llamó la atención, porque en Berlín no vi para nada algo parecido, mientras que Dresde, que pese a ser destino turístico, no es muy conocida en España, ves por todas partes locales españoles, o incluso alguna muestra del interés por nuestro país, como este curso de español, que se anunciaba en muchas paradas de tranvía (9).

Toda la zona que separa la Frauenkirche del Elba está formada por antiguas construcciones, algunas aún muy deterioradas, pero que vale la pena ver tanto de día (10) como de noche (11). Por supuesto, si se cruza el río y se contempla la zona desde el otro lado, la imagen es aún más bonita, y realmente digna de postal (12), aunque mi cámara no es probablemente la más adecuada para sacar una foto en esas condiciones. De día ya la cosa cambia, y se puede obtener alguna foto impresionante sin grandes dificultades (13,14).

Todo el paseo que bordea el Elba, junto a los antiguos edificios, ofrece una fantástica vista, puesto que la mayor parte de él está bastante elevada sobre el río, y la orilla opuesta también tiene grandes construcciones perfectamente visibles (15). Si seguimos paseando por él hacia la izquierda, llegaremos al extremo oriental de la Altstadt, en el que está la Theaterplatz (plaza del teatro) (16). Es uno de los lugares de más concentración de turistas, puesto que todo a su alrededor son cosas dignas de verse. A un lazo la Semperoper, a otro el Zwinger, a otro la Hofkirche y al otro, el propio río. En el centro hay una estatua ecuestre del rey Juan de Sajonia. Pero vamos por partes.

Frente a la estatua del rey se halla la Hofkirche, o Iglesia de la Santísima Trinidad (17,18), uno de los edificios más bonitos del casco antiguo, y el más visible de toda esta parte de la ciudad. Justo al otro lado está el teatro operístico Semperoper (19), llamado así por su arquitecto, Gottfried Semper, que ha sido varias veces reconstruído a lo largo de su historia. A la derecha tenemos ya el río, y a la izquierda, el Zwinger, del que vale la pena hablar más detenidamente.

El Zwinger (20) es un palacio barroco bastante original, construído sobre una antigua fortaleza, con su foso defensivo y todo (20b). Básicamente es un enorme patio (21, 22) rodeado por las estancias. No es un edificio muy alto ni muy grueso, pero sí muy amplio, ya que rodea un área bastante grande. Por ello es imposible contemplarlo entero; más bien vale la pena irlo recorriendo y admirar su diferentes sectores. Primero nos dirigimos a la entrada (23), donde ya encontramos dos museos situados allí mismo; en la parte derecha hay una exposición de pinturas y en la de la izquierda una de armaduras y otros objetos medievales. Una vez hemos atravesado la entrada (24) contemplamos el amplio patio (25) y los laterales (26, 27). Al fondo está la otra entrada que da al foso, que se cruza con un puente (28). La parte superior de esta entrada es bastante llamativa, en forma de torre (29) con una cúpula curiosa (30). En el exterior se haya el foso y junto a él el agua forma un pequeño lago que también contiene una fuente (31,32).

En el interior del palacio, podemos acceder a uno de los laterales (33), que contiene un patio adornado con fuentes (34). Si accedemos a su parte superior, veremos que está toda adornada con estatuas y nuevas fuentes que forman un conjunto bastante bonito (35, 36). Desde allá se tiene una vista bastante buena del palacio, aunque resulta imposible abarcarlo todo debido a su extensión. Existe algún sector en restauración, como el que debe estar dedicado a un museo de aparatos de matemáticas y física, y en el otro extremo hay una amplísima exposición de porcelana (el producto típico de la ciudad) que vale la pena ver. Sin duda el Zwinger, con su amplio patio (37,38) y los variados rincones de su estructura (39), es el lugar más interesante de ver de toda la ciudad vieja.

Si desde el Zwinger nos dirigimos de nuevo a la Fraunkirche, probablemente pasemos por la calle en la que estaban las antiguas caballerizas, en la que podemos contemplar una de las imágenes más típicas de Dresde: el enorme mural de azulejos de porcelana que representa, en una sola imagen, a los príncipes de Sajonia desde 1123 a 1906(40,41).

Más al sur de esta zona, se encuentra el ayuntamiento, al que podemos llegar a través de un bonito pasaje lleno de restaurantes turísticos (42), entre los que me llamó la atención, cómo no, el restaurante Barcelona (43). El ayuntamiento (44) es enorme, y se puede pagar por subir a su alta torre, desde la que seguro que se contempla una bonita vista de la ciudad. En su parte frontal está adornado con una lustrosa reja dorada (45). No lejos de allí podemos ver la curiosa escalera del museo municipal (46). El edificio que se ve detrás es la sede de la policía local.

Básicamente aquí se acaba la ciudad vieja. Si se continúa caminando hacia el Sur, en dirección a la estación principal de tren, se pasa por una enorme y moderna área comercial de tiendas y restaurantes, en la que destaca un curioso cine (47).

La Neustadt

Llegados a este punto, determinados tipos de turistas probablemente visitarían poco más de la ciudad, puesto que es la parte antigua la que le ha dado fama a Dresde como sitio digno de ser visitado. Sin embargo, si uno se interesa por la parte nueva, descubre una vida y un movimiento que bien valen dedicar unas horas.

A la Neustadt se puede acceder por varios puentes que cruzan el Elba. Si se usa el más occidental, llamado de Carola, se puede contemplar la sede del gobierno de Sajonia (1). Pero lo típico es cruzar algo más al Este, por el puente de... cómo no, Augusto (2). Se llega a una plaza en la que destaca la estatua dorada de adivinen ustedes quién (3). A partir de ahí comienza un tranquilo paseo (4,5) en el que ya no sentimos la presencia de tantos turistas, y del que vale la pena visitar una iglesia llamada la iglesia de los tres reyes (Dreikönigskirche). El edificio no es antiguo, pero su altar sí que es de piedra y contrasta con el resto de la iglesia. También vi en el paseo este bonito reloj (6), que bien merecía una foto.

Por fin llegamos a la Albertplatz, una enorme plaza verde de la que parten muchas de las calles de la Neustadt, y en la que destacan dos fuentes gemelas, una a cada lado de la plaza (7).

Partiendo de aquí hacia el Este, por la Bautznerstrasse, se acaba llegando (al cabo de un buen rato) a una tienda realmente bonita, la lechería de los hermanos Pfund. En su página web podéis conocer algunos datos e incluso ver una imagen panorámica de este curioso establecimiento. Yo no pude visitar la zona en horario de apertura al público, pero creo que vale la pena pasarse por ahí para quien tenga ocasión de hacerlo.

Un poco antes de esta tienda, se puede subir hasta la iglesia de Martín Lutero (8,9), frente a la cual hay esta fuente sobre la que "flota" una enorme bola de piedra que gira sobre el agua (10). Ya a estas alturas comenzamos a ver la diferencia de estilo entre la Neustadt y la Altstadt. Allá todo era turístico, bien porque había edificios antiguos, bien porque había restaurantes o tiendas sofisticadas. Aquí, en cambio, todo tiene un toque algo más decadente, pero al mismo tiempo más popular y verdadero. En parte se podría pensar que no es tan atractivo como el otro barrio, pero lo cierto es que pasear por sus calles tiene mucho encanto. Cada rincón es diferente, y junto a los edificios más viejos uno ve fachadas pintadas y decoradas por artistas afincados allí (11,12,13,14). En una cierta zona, alrededor de Rothemburgstrasse, aproximadamente, abundan los locales de todo tipo para tomar algo. Biergartens, teterías, cafeterías ambientadas de todas las maneras posibles... es un barrio ideal para salir a pasar la tarde o la noche, y visita obligada para quien quiera hacer algo más que ver iglesias y palacios.

Por supuesto, en medio de todos estos locales, no podía faltar la representación española (15). No es la única de la Neustadt. En la parte oriental del barrio, mucho más tranquila y menos bulliciosa e interesante, se encuentra también algún sitio de inspiración española (16) e incluso alguno con espectáculo de flamenco y todo (17).

Más al Norte, hay un lugar que a mí me apetecía especialmente visitar: el Museo de Historia Militar, en el que se exponen todo tipo de objetos relacionados con la historia militar de Alemania. Desgraciadamente, el enorme museo aún está en construcción, así que lo único que hay es un anexo, que igualmente vale la pena. Pueden verse, entre muchas otras cosas, uniformes de la Primera Guerra Mundial (18), cascos de principios del siglo XX (19), un avión biplano del Ejército Rojo (20) o una miniatura del acorazado Bismarck (21). Una de las curiosidades más interesantes en mi opinión es la de un ejemplar de la máquina Enigma (22), con la que los alemanes encriptaban sus comunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial.

De épocas posteriores podemos ver por ejemplo un carro de combate alemán de fabricación norteamericana (23), o los modelos militares de los coches característicos de las dos alemanias, el Trabant de la RDA (24) y el Volkswagen de la RFA (25). Había muchas otras cosas, como los uniformes actuales de la Bundeswehr, las campanas de algunos buques de guerra de principios del siglo XX, o incluso un cohete V-1.

Delante del museo hay un pequeño parque con esta estatua (26), el inevitable tributo a pagar por la ocupación soviética (Dresde perteneció a la RDA). También algo más abajo, puede admirarse una bonita iglesia católica, la iglesia de San Martín. Es un edificio que tiene una estructura diferente a la de todas las otras iglesias que he visto en mi vida. En Alemania creo que hay varias así, pero en España no son típicas. Es bastante redonda, con numerosas puertas y recovecos exteriores, que le dan un aspecto muy bonito (27,28,29,30,31). Me resulta extraño que no se suela mencionar este edificio como uno de los lugares interesantes a visitar de Dresde, pese a que es una iglesia tan interesante y tan bien conservada.

El Grosser Garten

Ya hemos visto dos de los aspectos interesantes de Dresde: la ciudad histórica, básicamente alojada en la Altstadt, y la ciudad popular y artística, básicamente alojada en alguna zona de la Neustadt. Pero si no deseamos ninguna de esas dos cosas, sino que queremos disfrutar de la paz y la armonía en un bello parque, Dresde también tiene algo que ofrecernos: el Grosser Garten (el parque grande). Si ya de por sí los parques alemanes suelen ser grandes, imaginad cómo debe ser este si ellos mismos ya lo llaman así. Se encuentra al Este de la Altstadt, algo más allá de otro punto interesante: la fábrica de Volkswagen (32). Esta fábrica está hecha básicamente de cristal, por lo que se puede ver desde fuera una buena parte de lo que hay dentro, tanto oficinas, como los coches alineados en el edificio cilíndrico que se ve al fondo. Enfrente de la fábrica se monta un animado mercado, y algo más al Sur se encuentra el estadio de fútbol.

Vale la pena mencionar una curiosidad respecto a esta fábrica, y es que parte de su mercancía viaja en tranvía. Dresde es una ciudad con un amplio y eficiente servicio de tranvía, que sin duda es el medio de transporte más utilizado. No hay un tráfico agobiante ni tampoco un gran gentío por las calles. Casi todo el mundo se mueve usando el tranvía o también, aunque menos, los autobuses. Pues bien, algunos autobuses, en lugar de ser del característico color amarillo, son azules y se usan para el transporte (33), de modo que las vías del tranvía se introducen dentro de la fábrica y salen de ella, imagino, con los coches que luego viajarán en tren hasta su destino.

Ya que estoy con el tranvía, aprovecho para mencionar una curiosidad. En Berlín, se observaba en la gente el típico comportamiento que uno espera de los alemanes: nadie pasa un semáforo en rojo, y todos respetan al máximo las normas. En Dresde, en cambio, la gente adopta más bien la actitud de pasar a su aire, fiándose más de lo que se ve venir que de lo que diga el semáforo, cuando lo hay. Supongo que la abundancia de vías de tranvía que cruzan las calles y la relativa escasez de tráfico contribuyen a que la gente tenga esta actitud más informal.

Y respecto a los semáforos, ¿recordáis que en Berlín se le daba mucha importancia al "ampelman" y se vendían recuerdos relacionados? Pues bien, aparte del hombre con el sombrero, aquí es posible ver también el semáforo de la niña con trenzas (34,35).

Pues bien, desde la fábrica de Volkswagen, si miramos al Oeste, podemos ver, a lo lejos, la torre del ayuntamiento, tras una amplia zona verde (36). Si giramos y miramos al Este, veremos la entrada del parque, aunque no seremos aún capaces de vislumbrar el final de la avenida que en él se adentra (37). Si caminamos un poco, llegaremos a ver cómo unas vías atraviesan nuestro camino (38). Se trata de un pequeño tren con el que se puede recorrer el parque sin que la familia se canse demasiado. Los niños se lo pasan especialmente bien de esta manera.

Si seguimos caminando un buen trecho, veremos por fin, a lo lejos, un bonito palacio, rodeado de un jardín y algunas estatuas (39). Al acercarnos, podemos ver que las dos estatuas que custodian la entrada representan, cada una de ellas, a un centauro raptando a una ninfa (40). En realidad, las escenas bucólicas o con referencias al amor, a Baco, a los Sátiros, etc., se dan mucho en el entorno del palacio, como se ve en el jardín que hay delande de él, en el que también se representa un rapto(41), o la fachada del propio palacio, donde se puede ver la cabeza del sátiro (42). El palacio está algo deteriorado, pero es bonito (43) y tiene una hermosa vista a su alrededor (44). Lástima que sólo está abierto a visitas en unos días y horarios muy concretos, y no fue el caso de la mañana que tuve libre para pasarme por allí.

Ya más al Este, se extiende una parte del parque igual de grande que la que ya hemos recorrido. En ella pueden verse lagos surcados por patos y cisnes (45), ardillas que se acercan a nosotros (46), canales bordeados por árboles de diversas especies (47), o incluso una pequeña península dentro del lago, en la que se puede uno tomar algo tranquilamente, o tomar un bote para pasear por el agua (48). Los animales que pueblan el parque sorprenden por la facilidad con la que se acercan al visitante. Tanto los pájaros como las ardillas parecen no tener ningún temor de ti, y dejan que les hagas fotos sin ningún problema. En definitiva, todo un entorno ideal para relajarse, hacer algo de deporte, o simplemente respirar algo de aire puro.

Esto fue lo que dio de sí mi visita a Dresde, puesto que dispuse de tan sólo un par de días escasos para recorrerla. Llegó entonces el momento de partir hacia la famosa ciudad de Praga, y realicé el trayecto en tren. Hay unos 200 Km entre ambas, y se pueden recorrer en un par de horas por un módico precio. Además, el trayecto es bastante bonito, puesto que la vía del tren va bordeando el río casi todo el tiempo, y siempre hay rincones interesantes que ver, especialmente en las cercanías de la localidad de Bad Schandau. Intenté lanzar alguna fotografía y, aunque la calidad no es la mejor, debido a la suciedad del cristal y a la velocidad del tren, se puede uno hacer una idea de cómo es el recorrido (49,50). La verdad es que no se hacen pesadas las dos horas y cuarto de tren, admirando un entorno como este.

El viaje no es caro si uno acepta realizarlo en un tren normal y corriente (EC). Se puede hacer en uno más parecido a nuestros Alvia/Altaria (los ICE), pero son más caros. A mí me costó unos 20 euros viajar de una ciudad a otra. Eso sí, el tren parecía de hace 20 años, y durante el viaje de ida (porque aunque he comenzado explicando Dresde, primero llegué a Praga) ni siquiera pusieron el aire acondicionado. También está la opción de hacer viajes de este tipo con regionales, que todavía son más baratos, sobre todo si se viaja en grupo, pero entonces ya sí que es una paliza. Al menos hay variedad donde escoger, no como en España, donde Renfe te da casi siempre una sola opción (si es que la hay).