miércoles, 6 de octubre de 2010

La capital de Prusia

Aunque su fama viene principalmente por hechos históricos del siglo XX, Berlín también es importante por haber sido la capital de Prusia, cuyo primer rey, Federico I, está representado, junto a su esposa Sofía Carlota de Hannover (a la que generalmente se llama simplemente "Charlotte"), en la enorme entrada occidental del Tiergarten (23, 24), llamada, cómo no, Charlottenburger Tor. Y es que al oeste de la puerta se extiende el barrio de Charlottenburg, conocido principalmente porque en él se encuentra el palacio (25) del mismo nombre (puesto que Charlottenburg significa literalmente eso: "palacio de Carlota"). Como se ve, Federico I se encargó de que el recuerdo de su amada esposa Charlotte no se perdiera. Por eso, a su muerte mandó construir este bello palacio (26, 27), junto al que se halla un enorme parque (28,29) surcado por lagos y canales, algo muy típico de Alemania, donde el clima favorece el mantenimiento de estos lugares.

El barrio propiamente no tiene muchos más atractivos, excepto quizá un edificio situado algo más al Sur y que, si no me equivoco, es la biblioteca municipal (30).

En Charlottenburg también hay una estatua del príncipe elector de Brandeburgo, Federico Guillermo (31), padre del rey Federico I y conocido como "el gran elector". No podía faltar otra del más famoso de los reyes prusianos, Federico II el Grande (32), que también vivió allí durante un tiempo. A Federico el Grande los alemanes le llaman en ocasiones "der alte Fritz", que traducido sería algo así como "el viejo Fede". Fue uno de los reyes más cultos de su tiempo, y uno de los más célebres militares de la Historia. Lástima que su padre, Federico Guillermo I, "el rey soldado", al que tantos disgustos dio cuando fue joven, no llegase a ver la eficacia con la que su hijo dirigió el fantástico ejército que él se había esforzado tanto en crear.

Vale la pena visitar el interior de este castillo, que nos transporta al siglo XVIII con sus salas adornadas al estilo barroco, cada una de ellas diferente de las demás. Por cierto, que en la última sala que se muestra del recorrido interior del castillo, se encuentran uno de los retratos más famosos de Napoleón Bonaparte: el que lo representa a caballo, cruzando los Alpes y otros cuadros y objetos relacionados con el emperador francés que, por lo visto, se alojó en esa habitación cuando pasó por Berlín tras derrotar a los prusianos.

Si abandonamos Charlottenburg y volvemos de nuevo hacia el Este, a través del Tiergarten, tendremos ocasión aún de contemplar recuerdos de la antigua Prusia. En el centro del parque se encuentra la fabulosa estatua de la Victoria, que rinde homenaje al triunfo sobre Napoleón, pero que yo no pude admirar durante mi visita porque la estaban restaurando, como muchas otras partes de la ciudad.

Cerca de ella se encuentra la estatua de Bismarck (33,34), "el primer canciller del pueblo alemán", como reza la parte posterior de su pedestal. Siempre que se menciona a Bismarck, me viene a la memoria una curiosa anécdota que se cuenta de él (no sé si cierta o no). Se dice que en cierta ocasión, le preguntaron cuál era el pueblo al que más admiraba. Todos esperaban que mencionase a los franceses, a los ingleses, a los norteamericanos... o por supuesto, a los alemanes. Sin embargo, respondió que a quien más admiraba era al pueblo español. Sorprendidos sus interlocutores por la respuesta, le preguntaron la razón. Él respondió: Porque sus gobernantes llevan siglos intentando destruirlo, y todavía no lo han logrado.

Unos pocos metros más adelante, vemos la estatua del general Moltke (35), artífice de las victorias durante el gobierno de Bismarck, especialmente en la guerra franco-prusiana, que consagró al Segundo Reich como la principal potencia del continente.

Vale la pena aprovechar el paseo entre estos recuerdos históricos para disfrutar del precioso Tiergarten (literalmente "jardín de los animales"), puesto que es realmente un gran bosque (36) en medio de una gran ciudad. Como es característico por esas tierras, es inmenso, está surcado por canales y lagos, y poblado por diversos animales como las ardillas o los conejos (37). Los berlineses, por supuesto, lo aprovechan intensamente como zona de relajación o de gimnasia. Es fácil ver gente haciendo footing o ciclismo. Por cierto, que una de las cosas que más me sorprendió de Berlín fueron las bicicletas. En comparación con lo que se ve en España, hay muchísimas, y circulan libremente por la ciudad, con total prioridad. En España, llevar una bicicleta es un deporte de riesgo ante la amenaza de los coches (puesto que apenas hay "carriles bici"); en Berlín el deporte de riesgo es ir andando sin acordarte de que a lo mejor estás sobre un carril de bicicletas. Además, no están especialmente señalizados; simplemente una raya o que las baldosas del suelo sean de otro color ya indica que por ahí deben circular las bicicletas. Por lo general, es el mejor trozo de la calle, por lo que el peatón, muy frecuentemente se ve obligado a buscar su estrecho carril por el que ir andando sin miedo a morir atropellado. Los ciclistas van tan rápidos y tan confiados en su preferencia, que da más miedo cruzar un carril bici que un semáforo en rojo.

Otros lugares curiosos que encontramos durante nuestro trayecto por el Tiergarten son la residencia del canciller (38) y la "Casa de las culturas del mundo" (Haus der Kulturen der Welt) (39), un auditorio de forma realmente curiosa, que se usa para diversas actividades culturales.

Una vez se llega al final del Tiergarten y se vuelve a pasar por la Puerta de Brandeburgo, se puede recorrer la calle más famosa de Berlín: Unter den Linden ("Bajo los Tilos", literalmente), en la que se encuentran muchos de los lugares más emblemáticos de la capital, especialmente en las cercanías de la Universidad Humboldt. Esta universidad debe su nombre al científico Wilhem von Humboldt, y junto a ella se encuentra también una estatua de su no menos célebre hermano, Alexander (40), que incluso tiene una curiosa y merecida dedicatoria de los cubanos, puesto que fue uno de los investigadores que más profundizaron en el conocimiento científico de Hispanoamérica.

Junto a la Universidad se encuentra una estatua ecuestre de Federico el Grande (41), y un poco más adelante se halla la Staatsopera (42) ("ópera nacional"), otro más de los edificios impulsados por Federico II.

Junto a la Universidad se halla "La nueva guardia", un edificio dedicado a fines diversos a lo largo de su historia, pero que hoy en día alberga un emotivo monumento a las víctimas de todas las guerras y todas las tiranías (43). Bajo la curiosa estatua de la madre con su hijo muerto, cuentan que hay enterradas dos personas: un soldado desconocido alemán y una víctima desconocida de un campo de concentración.

No muy lejos de ese mismo edificio, se contempla un misterioso claro, en el que parece que se esté construyendo algo nuevo. Así es. Se supone que se está reconstruyendo el antiguo palacio real, el Stadtschloss (literalmente, "el palacio municipal"), destruído por los efectos de la guerra. No se ha conservado nada excepto... un trozo de la fachada. La historia de este trozo es realmente curiosa. Resulta que en 1918, al ser derrocado el gobierno absolutista de Guillermo II, un iluminado comunista llamado Karl Liebknecht, había subido a un balcón de palacio y había proclamado la república socialista. Como sabemos, de república socialista nada, pero el hecho simbólico quedó en el recuerdo de los partidos de izquierda, y cuando surgió la RDA, se decidió que el palacio había que derruirlo, pues era un recuerdo de la antigua dinastía de los Hohenzollern, pero el balcón había que conservarlo, para recordar este gesto. Así que, ni cortos ni perezosos, separaron el trozo de fachada, lo movieron unos metros, destruyeron lo que quedaba del resto de palacio, y al fragmento conservado le añadieron un edificio actual. El resultado es una extraña combinación que casi hace daño a la vista (44). Supuestamente, el actual gobierno quiere reconstruir el Stadtschloss, pero ya veremos si la idea progresa teniendo en cuenta el enorme coste que esto supone. De momento, lo único que hay es un claro en medio de la ciudad.

Siguiendo por Unter den Linden, encontramos ya la Catedral (que los alemanes llaman Dom). Es en realidad la catedral protestante (45), porque la católica se encuentra un poco más atrás en nuestro recorrido, en la Bebelplatz, famosa sobre todo porque, al encontrarse también allí la biblioteca de la Universidad, fue donde los nazis organizaron la conocida quema de libros de 1933.

A la Catedral hay que llegar a través de un puente, puesto que se encuentra en una isla, la famosa "Isla de los museos". Y es que esta pequeña isla sobre el Spree está literalmente ocupada por los museos, al menos en la parte Norte, donde prácticamente no hay sitio entre ellos. El más visible al entrar por donde está el Dom es el Altes Museum (46), en el que se muestran obras de arte clásicas, aunque el más famoso es sin duda el Museo de Pérgamo, en el que se recopilan hallazgos de las civilizaciones antiguas, y que destaca sobre todo porque en él se reproduce lo que ha quedado del impresionante templo de Pérgamo, un templo griego en el que se encontraban representadas una buena parte de las deidades de la mitología clásica. Realmente vale la pena verlo.

Por este lado de la ciudad ya se termina la parte más antigua, y se entra en la zona de la Alexanderplatz, uno de los puntos clave de Berlín Oriental, hoy en día centro comercial destacado. Pero sería injusto olvidarse de una plaza que se encuentra algo más abajo y que seguramente es la más impresionante en cuanto a arquitectura de siglos pasados: el Gendarmenrmarkt. En este enorme lugar se juntan tres edificios destacables. En el centro, el Konzerthaus (47), que antes de sala de conciertos había sido el teatro más importante de Berlín, y por eso su entrada está adornada con una estatua de Schiller (48). A uno y otro lados del teatro vemos un par de iglesias prácticamente idénticas. Sólo cambian algunos pequeños detalles de las estatuas que las adornan y poco más. Cada una de ellas (49) es de un culto diferente: una es calvinista (la catedral francesa) y la otra es luterana (la catedral alemana), y representan la tolerancia religiosa de la que hizo gala el rey Federico I al acoger a los hugonotes franceses en esta ciudad, durante su reinado. Realmente la plaza impresiona por sus dimensiones y por su belleza, y además es un bonito detalle, aunque sólo sea simbólico, que dos cultos diferentes compartan la misma plaza.

Por cierto, que en una de las esquinas de la plaza se encuentra una tienda cuya visita es casi tan indispensable como la de cualquier monumento. Se trata de la chocolatería Fassbender & Rausch, una enorme tienda que vende chocolates de todas las clases, y que está adornada con las más variopintas figuras gigantes de chocolate, algunas de ellas incluso representan lugares típicos de la ciudad (50,51).

Sobre los monumentos típicos de Berlín, hay que señalar que muchos de ellos pertenecen al mismo arquitecto, el siempre nombrado Karl Friedrich Schinkel. Durante principios del siglo XIX engalanó la ciudad con multitud de obras, por encargo de los soberanos de Prusia, y hoy en día constituyen el núcleo de la arquitectura "clásica" de la ciudad, puesto que Berlín, al ser una capital que comenzó a despuntar relativamente tarde (finales del siglo XVIII), no dispone de monumentos muy antiguos como otras ciudades europeas.

Para terminar este recorrido, vale la pena mostrar precisamente una de las obras de Schinkel, que conmemora la victoria sobre Napoleón. Se halla en el barrio de Kreuzberg, algo apartada de todo lo que hemos visto hasta ahora. Consiste en una figura alargada, como la que se ve en algunas plazas alemanas, que conmemora algunas partes de la campaña contra Napoleón y está adornada con cruces de hierro por todas partes (52). Para llegar a ella hay que adentrarse en un bonito parque llamado Viktoriapark, muy próximo a una de las más bonitas iglesias de la ciudad, que destaca por sus dos altísimas torres puntiagudas (53). Viktoriapark es en realidad una pequeña montaña (lo cual de por sí es singular, puesto que en Berlín no hay muchas elevaciones de terreno) por la que cae un torrente de agua, junto al cual la gente acude a refrescarse y a relajarse (54). La verdad es que es un sitio agradable de visitar, y la imagen del monumento en la cumbre de la montaña, sobre el riachuelo flanqueado por los árboles, le da un toque especial. Arriba de todo, una especie de plaza rodea al monumento (55), con el que termino ya de explicar el sector clásico prusiano. Antes de pasar a otra zona, vale la pena también que muestre algunos de los edificios de Kreuzberg, puesto que no falta por allí algún antiguo depósito de agua (56) o alguna que otra construcción interesante (57) o alguna iglesia (58) que merezcan que nos molestemos en dar una vuelta tranquilamente junto a los muchos bares de la zona, tras el esfuerzo de la subida al monumento del Viktoriapark.

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