miércoles, 26 de agosto de 2009

Vía de la Plata: En Extremadura

El viaje continúa por la Vía de la Plata, y se adentra en Extremadura. Lo primero que encontramos son las montañas de Cáceres, que ofrecen un bonito paisaje natural que yo, desgraciadamente, no tuve tiempo de explorar. Entre esas montañas se halla la pintoresca localidad de Hervás (1). En ella se conserva aún un antiguo barrio judío, que se ha convertido en importante reclamo turístico. Las calles de este barrio ofrecen una imagen singular (2) y existe una aplia oferta de alojamientos y restauración, lo que demuestra lo vivo que está este pueblo, sin duda en gran parte gracias a los turistas, que acuden a verlo a él y también a practicar excursiones por las montañas cercanas.

Un poco más al Sur se encuentra un casi desconocido pero interesante pueblo: Granadilla (3). El pueblo tiene una muralla bastante bien conservada (4, 5) y sobre todo una hermosa torre (6, 7), que es el principal atractivo de los visitantes. Está algo apartado de la carretera y se sitúa junto a un embalse que ofrece unas bonitas vistas (8, 9). Esta localidad quedó desierta años atrás al expropiarse por la construcción del embalse, pero más tarde, algunas instituciones, animadas por el interés de conservar un pueblecito tan singular, se movieron para que se recuperase, y se ha ido repoblando en parte gracias a programas universitarios en los que los propios estudiantes rehabilitan el pueblo. Estos nuevos habitantes son un rayo de esperanza de esta localidad, como el rayo que yo mismo capturé dentro de su torre (10), mientras ascendía por ella para fotografiar las vistas que pueden obtenerse desde su cima. Desde allí se puede apreciar cómo algunas casas están rehabilitadas, mientras otras siguen en ruinas (11).

Dejamos atrás Granadilla y seguimos rumbo a Augusta Emerita, la capital de Lusitania, pero antes de llegar a ella, existió en la antigüedad otra localidad importante, ahora reducida a unas pocas piedras: Cáparra. Apenas es posible adivinar aún cómo era la puerta principal de las murallas (12), las termas (13) o su arco de cuatro columnas (14), pues al caer el Imperio Romano entró en decadencia y fue quedando deshabitada, sobre todo cuando en la Edad Media, Alfonso VIII de Castilla fundó Plasencia (15), que pasó a ser el núcleo urbano principal de la región.

Plasencia es hoy una ciudad algo deteriorada, pero que conserva aún signos de su antigua grandeza. Destacan su catedral (16, 17, 18), un acueducto (19, 20) y sobre todo sus casi intactas murallas (21, 22, 23), sin duda de las mejor conservadas de España. La catedral es curiosa porque en realidad está formada por dos partes, cada una construida en una época diferente, y perfectamente distinguibles. Por eso en Plasencia se habla de la "catedral nueva" y de la "catedral vieja", puesto que en realidad son dos catedrales en una.

La ciudad también tiene un bonito parque llamado el Parque de los Pinos, en el que se puede pasear mientras se contemplan diversas especies de aves (especialmente pavos) y plantas. No está nada mal. Por lo menos proporciona un agradable y sombrío lugar para pasear durante los días soleados. (24, 25, 26)

Más al Sur encontramos la capital de la provincia, Cáceres. La ciudad ya tenía importancia en época romana, pero apenas se conserva de aquella época otra cosa que una réplica de la estatua de Ceres (27), que adorna la Plaza Mayor los restos de un arco (28, 29). Existieron otros arcos de las antiguas murallas romanas, pero un tal Joaquín Muñoz Chaves tuvo la idea de tirarlos, tanto el de la puerta Norte como el de la Puerta Sur, diciendo que afeaban la ciudad y que no tenían interés. Por ello existen sendos carteles que recuerdan esta acción en lo que queda de ambos arcos (30), porque de la misma manera que hay que recordar los aciertos, tampoco hay que dejar en el olvido los errores, para que no vuelvan a repetirse.

Desde la Plaza Mayor puede admirarse la mejor vista del conjunto arquitectónico (31), del que destaca la Torre de Bujaco (32) y también otras torres de las murallas moras (33). Más hacia el interior del recinto se halla la Casa de las Veletas (34), que alberga un museo y donde también puede observarse, en su sótano, una alcazaba (35), es decir, el pozo de agua que tenían las edificaciones en su interior.

Y por cierto, vale la pena bajar también por la cercana Cuesta del Marqués para ver una pequeña muestra de lo que era una casa mora, pues hay una preparada a modo de museo, y en la que se puede observar cómo eran la sala de danza, el patio, la cocina, el harén, etc. (36, 37)

Fuera de las murallas encontramos la impresionante iglesia de Santiago (38, 39) y el palacio de Francisco de Godoy (40), uno de los capitanes que acompañaron a Pizarro y que realizó campañas en lo que hoy es Chile, al cual también se dedica una calle (41). No debe confundirse con Manuel de Godoy, el político que dirigio la España de Carlos IV.

Un detalle curioso de la ciudad es que al llegar las horas de más calor (a partir de la una del mediodía), apenas se ven lugareños por las calles. Los turistas, en cambio, deambulan igualmente por ellas, cámara en mano, inmunes a las inclemencias del tiempo. Incluso siguen posando junto a cualquier rincón, fuente o estatua, poniendo buena cara a cuarenta grados y un sol que te quema la piel. Si ya son numerosos en el barrio antiguo a todas horas del día, en las de la siesta aún se hacen más visibles, pues sólo ellos patrullan las calles. Ciertamente, una raza diferente.

En general se trata de una ciudad agradable al viajero y con bastante oferta de restauración cerca de la zona histórica, si bien en algunos rincones aún quedan restos del mal rollo cristiano (42). Creo que es una ciudad que mantiene un casco antiguo muy bonito con numerosos rincones llenos de encanto (43, 44, 45) , repleto de iglesias (46) y casas señoriales (47), de un estilo que recuerda bastante el de Toledo, mezcla de culturas, de religiosidad y de nobleza (48, 49).

La ruta de la plata continuaba más al sur y llegaba a su parada más importante, Augusta Emerita, hoy Mérida. Es el final de nuestro viaje, y también el conjunto de ruinas romanas más importante. Pero no sólo fue una ciudad romana, sino que también conserva restos de los árabes, sobre todo la Alcazaba (50, 51), un recinto amurallado en el que, a través de una puerta (52, 53) podemos acceder a unos túneles (54, 55) que nos llevan hasta un pozo de agua, en el que apenas se ve penetrar la luz del Sol a través de una tapadera superior (56); de este modo sus moradores podían refrescarse gracias a él, durante los duros días veraniegos de Extremadura. La verdad es que el pozo es realmente curioso de ver, con un par de pasadizos muy a lo Indiana Jones, y en seguida se da uno cuenta de su utilidad cuando visita las ruinas un día de agosto a la una del mediodía, como tuve que hacer yo por el escaso tiempo del que disponía.

Respecto a los romanos, destaca sobre todas las cosas su impresionante teatro (57, 58), desconocido antes del siglo XX, pero que las excavaciones posteriores han sacado a la luz en un estado de conservación bastante aceptable, que incluso ha permitido que recientemente vuelva a ser usado para representar obras clásicas. Aquí (59) vemos el centro del escenario, presidido por una estatua de la diosa Ceres, si no me equivoco.

También impresionantes por su tamaño y la imagen que nos dan del antiguo Imperio Romano son el anfiteatro (60) y el circo (61) de la ciudad. De este último apenas se conservan una parte de los graderíos y del centro, pero su misma extensión y los restos que aún sobreviven nos permiten hacernos una buena idea de su grandiosidad. Junto al circo se mantienen algunos restos de uno de los acueductos (62). Por falta de tiempo no pude recorrer toda la antigua urbe, en la que también había otro acueducto y un puente.

Para completar la imagen que nos ofrecen todas estas cosas, vale la pena pasarse por el museo romano de la ciudad, donde se exponen numerosos restos que nos ayudan a hacernos una idea de la imagen real de estas cosas. Por ejemplo, nuestra imagen del anfiteatro sería pobre sin contemplar las pinturas que simbolizan luchas de gladiadores y que lo adornaban, e igualmente el circo con las imágenes de las carreras, etc.

Más modesto pero no menos interesante es contemplar los restos de las viviendas romanas. Algunas más modestas, como las que había cerca del anfiteatro (63) y otras más pomposas, como la curiosa casa de un tal Mitreo, que sin duda debió ser muy rico, porque no todo el mundo tiene un salón (64), un patio con estanque (65), un dormitorio (66) y otras habitaciones (67) como las de su casita. Por cierto, que en alguna de las salas es posible ver adornos con figura de cruz esvástica (68), y esto no es raro en los romanos, como puede verse en mosaicos del museo de la ciudad (69). Una muestra más de que esta figura no siempre ha tenido el significado que se injustamente se le da en nuestros días.

Por último, vale la pena ver también los restos del principal templo de la ciudad, que suele conocerse como "Templo de Diana" (70), aunque por lo visto se ha descubierto recientemente que no estaba consagrado a tal diosa; probablemente era un templo en honor del divino Augusto, en cuyo reinado se fundó la ciudad.

En definitiva, Mérida ofrece una importante muestra de lo que fueron los romanos, y ésta resulta aún más impresionante si pensamos que todas estas construcciones se realizaron tan lejos de la propia Roma, en medio de la Península, lo que nos da una idea de lo grandes que fueron los romanos. Y no sólo impresiona lo enorme o cuidado de sus construcciones, sino que cuando uno ve aún en el museo las estatuas que antiguamente adornaban el foro de la ciudad (71), siente como un haz de luz y cultura frente a la cerrazón y el oscurantismo que inspiran otras figuras más recientes que antes he mostrado.

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