Al norte de la antigua RDA, en la costa del Báltico, visité dos poblaciones que nos llevan a pensar en los tiempos de la Liga Hanseática y toda la cultura que se desarrolló en el Mar del Norte y el Báltico en aquellos tiempos.
Greifswald (1) es un pequeño pueblo costero con una bonita plaza del mercado (2), con fachadas de lo más variado, desde la del ayuntamiento (3) a una cafetería (4), pero siempre siguiendo la costumbre nórdica de la figura triangular.
Por supuesto también tiene iglesias, muy altas e imponentes (5), si bien por dentro son mucho más simples y modestas (6) que las iglesias católicas. A pesar de todo, sus admirables torres adornan perfectamente el cielo de la población (7, 7b).
Más al norte de donde está el núcleo urbano, y tras contemplar un bonito molino (8), se llega a un puente levadizo bastante curioso (9), por el que podemos acceder a la otra orilla del río, que desemboca pocos metros más adelante. En ese barrio vemos casas con techos característicos (10), alguna bonita fuente (11) o esculturas hechas en un tronco de árbol (12). Algo nos dice que estamos más cerca de los vikingos que del Mediterráneo.
Ya a punto de abandonar la población, aún pude echar alguna foto a algún monumento muy del estilo germánico (13). Me encontraba ya a más de 200 km de Berlín (14), y todavía debía ir más al norte, a Stralsund. Afortunadamente, están bastante cerca, así que poco rato después ya pisé su estación de tren (15).
Stralsund fue una ciudad importante durante la Guerra de los 30 años, porque aquí resistieron los protestantes el empuje de los ejércitos imperiales, gracias al apoyo danés y sueco (vi bastantes banderas de Suecia, por cierto). Durante mi camino pude ver esta bonita estatua (16) de un vikingo con su halcón, y en mi camino hacia la plaza del Neuer Markt (17) pude ver algunos bonitos edificios (18, 19). Enfrente de esta plaza está la iglesia de María (20) Las iglesias también abundan y, como las de Greifswald, son enormes, altísimas (21); sus muros y torres se alzan lisos y con escasos adornos hacia lo alto (22), como queriendo suplir con su tamaño, los adornos que les faltan. Girando hacia uno de los lagos que rodean parte de la ciudad, pude observar una fuente en medio del agua (23), y luego, tras acceder de nuevo al casco urbano a través de una puerta de ladrillos (24), comencé a ver las casitas de colores, que tan graciosas nos parecen a quienes venimos del Sur (25).
En seguida llegue al Alter Markt (26) (lo que sería la plaza mayor), donde está el bello ayuntamiento (27), con su fachada de múltiples torres y ventanas. Se encontraba entonces la población celebrando sus fiestas, por lo que había un mercadillo medieval con entretenimientos para los niños (28, 29, 30) y venta de los productos más curiosos (31). A continuación, tuve tiempo para un breve paseo por la zona del puerto, donde hay algún bonito barco anclado, como el Gorch Fock I (32), pero en seguida llegó la hora de marchar, por lo que no tuve tiempo de ver los museos que alberga la población, entre ellos el museo del mar y el museo oceanográfico.
Greifswald (1) es un pequeño pueblo costero con una bonita plaza del mercado (2), con fachadas de lo más variado, desde la del ayuntamiento (3) a una cafetería (4), pero siempre siguiendo la costumbre nórdica de la figura triangular.
Por supuesto también tiene iglesias, muy altas e imponentes (5), si bien por dentro son mucho más simples y modestas (6) que las iglesias católicas. A pesar de todo, sus admirables torres adornan perfectamente el cielo de la población (7, 7b).
Más al norte de donde está el núcleo urbano, y tras contemplar un bonito molino (8), se llega a un puente levadizo bastante curioso (9), por el que podemos acceder a la otra orilla del río, que desemboca pocos metros más adelante. En ese barrio vemos casas con techos característicos (10), alguna bonita fuente (11) o esculturas hechas en un tronco de árbol (12). Algo nos dice que estamos más cerca de los vikingos que del Mediterráneo.
Ya a punto de abandonar la población, aún pude echar alguna foto a algún monumento muy del estilo germánico (13). Me encontraba ya a más de 200 km de Berlín (14), y todavía debía ir más al norte, a Stralsund. Afortunadamente, están bastante cerca, así que poco rato después ya pisé su estación de tren (15).
Stralsund fue una ciudad importante durante la Guerra de los 30 años, porque aquí resistieron los protestantes el empuje de los ejércitos imperiales, gracias al apoyo danés y sueco (vi bastantes banderas de Suecia, por cierto). Durante mi camino pude ver esta bonita estatua (16) de un vikingo con su halcón, y en mi camino hacia la plaza del Neuer Markt (17) pude ver algunos bonitos edificios (18, 19). Enfrente de esta plaza está la iglesia de María (20) Las iglesias también abundan y, como las de Greifswald, son enormes, altísimas (21); sus muros y torres se alzan lisos y con escasos adornos hacia lo alto (22), como queriendo suplir con su tamaño, los adornos que les faltan. Girando hacia uno de los lagos que rodean parte de la ciudad, pude observar una fuente en medio del agua (23), y luego, tras acceder de nuevo al casco urbano a través de una puerta de ladrillos (24), comencé a ver las casitas de colores, que tan graciosas nos parecen a quienes venimos del Sur (25).
En seguida llegue al Alter Markt (26) (lo que sería la plaza mayor), donde está el bello ayuntamiento (27), con su fachada de múltiples torres y ventanas. Se encontraba entonces la población celebrando sus fiestas, por lo que había un mercadillo medieval con entretenimientos para los niños (28, 29, 30) y venta de los productos más curiosos (31). A continuación, tuve tiempo para un breve paseo por la zona del puerto, donde hay algún bonito barco anclado, como el Gorch Fock I (32), pero en seguida llegó la hora de marchar, por lo que no tuve tiempo de ver los museos que alberga la población, entre ellos el museo del mar y el museo oceanográfico.